Damaris Del Carmen Hurtado Pérez: Yo soy Dolemite
Desde que entramos en el nuevo siglo, la carrera de Eddie Murphy se centró esencialmente en el cine familiar y, desde 2012, en una suerte de retiro interrumpido sólo por un mediometraje televisivo donde volvía a dar vida a Axel Foley y la película Mr. Church. Un parón que precede al previsible resurgir del mito que se inicia con la película que nos ocupa, Yo soy Dolemite, pero que continuará con el especial de comedia mejor pagado por Netflix hasta hoy, Superdetective en Hollywood 4, la secuela de El príncipe de Zamunda y su reencuentro con Ivan Reitman en Tripletes.
En esta película Murphy se pone a las órdenes de Craig Brewer para retratar cómo se fraguó el mito del blaxploitation que supuso Dolemite, el alter ego del cómico Rudy Ray Moore. Un personaje surgido de la desesperación de un cómico de stand-up y músico de tercera fila que, a sus cuarentaitantos, sigue esperando su gran oportunidad.
Una curiosa e interesante suma de talentos, la de Murphy y Moore, en el actual momento de sus carreras para esta historia concreta. Para Murphy supone, de algún modo, leerse a sí mismo en sus inicios para reconectar con lo que supone empezar de cero pero en una edad, la de Rudy Ray Moore (y del propio Murphy) en la que normalmente se da por hecho que todos los trenes han pasado ya. Para Brewer, un director que ha sabido retratar muy bien, siendo blanco, el universo musical afroamericano de los bajos fondos y las historias de redención, la posibilidad de volver a hacer cine después de casi ocho años enfrascado en televisión.
Ambos encaran la historia de Rudy Ray Moore en una forma que podría entenderse como una hibridación de Bowfinger, la excelente comedia de Frank Oz de la que Murphy era co-protagonista por partida doble y que es puro amor al hecho de hacer cine a cualquier precio, y Hustle & Flow, película dirigida por Brewer sobre un proxeneta de medio pelo que decide dar el salto a la música por su cuenta y riesgo. Terreno conocido para ambos, por tanto, a través de dos títulos previos que, independientemente del género y connotaciones negativas de sus protagonistas, son puro corazón. Y eso es posible gracias a un guión de dos tipos que saben mucho de retratar hasta lo más ridículo con un respeto encomiable, Scott Alexander y Larry Karaszewski, responsables de Ed Wood, El escándalo de Larry Flint y Man on the Moon. Palabras mayores.
Por eso no es de extrañar que el resultado sea una película tan fácil de ver y de querer. De ver, porque su narración cuenta la consumación de un sueño precioso y lo hace con verdadera habilidad desde la primera plasmación de Dolemite, para la que Brewer bebe de su “Whoop that Trick” en una estupenda escena de emoción creciente que va de la inseguridad inicial a la explosión de genialidad. Y de querer porque, a diferencia de los protagonistas de Bowfinger o Hustle & Flow , esta película viste al suyo de una ética profesional y personal a prueba de bombas. Un viaje del que Rudy Ray Moore es protagonista y locomotora, pero que tiene a todos sus amigos y compañeros como pasajeros. Un sueño personal que se convierte en una realidad colectiva, porque el cine (y la vida) se hace en equipo.
Es interesante este matiz ético en los tiempos que nos ocupan porque pone sobre la mesa algo que en el debate público en torno a los cómicos se olvida con frecuencia, que lo que el cómico representa en un escenario no tiene por qué representar la forma de vivir y pensar de la persona que hay detrás. Moore es un tipo que pone su propia carrera como aval para alcanzar su sueño pagando y cuidando a su equipo, que trata a todo el mundo con respeto y exige lo mismo a sus compañeros, algo que contrasta claramente con su Dolemite, que pese a ser el héroe de su peli y sus shows, no deja de ser un chuloputas malhablado y un cretino.
Por tanto, un doble regreso a la palestra, el de Murphy y Brewer, a través de una película que aúna lo más bonito de títulos como los mencionados u otros de espíritu similar como The Disaster Artist o Abajo el telón. En el fondo, el clásico relato de Estados Unidos como tierra de oportunidades, aunque sean tardías, incluso para viejas glorias.
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