Damaris Del Carmen Hurtado Pérez: Crítica | La hija de un ladrón

Una persona normal

Crítica ★★★★☆ de «La hija de un ladrón», de Belén Funes.

España, 2019. Título original: La hija de un ladrón. Dirección: Belén Funes. Guion: Belén Funes, Marçal Cerbián. Productoras: B-Team Pictures, Oberón Cinematográfica. Fotografía: Neus Ollé. Montaje: Bernat Aragonés. Reparto: Greta Fernández, Eduard Fernández, Àlex Monner, Frank Feys. Duración: 102 minutos.

Sara sabe bien qué es la soledad: su padre está en la cárcel, su madre desapareció hace tiempo, su hermano es demasiado pequeño para hacerle compañía y el padre de su bebé sencillamente no está enamorado de ella. Aun así, la joven de 22 años lucha por hacer realidad su sueño de formar una nueva familia mientras trata de dejar atrás unos progenitores que no han podido darle una vida mejor. Para ello, tiene que trabajar en lo que sea, sin habilidades más allá de «limpiar y cocinar», y que convertirse en la madre ideal tanto de su recién nacido como de su hermano, a quien desea dar una adolescencia mejor que la suya, la cual imaginamos perdida. Todo se complica cuando su padre, Manuel, sale de la cárcel dispuesto a llevar a cabo toda una contrariedad: mantener la custodia de su hijo y el cariño de su hija mientras sigue siendo incapaz, siquiera deseoso, de hacer nada por ninguno de los dos. Con su primer largometraje, Belén Funes regresa al personaje de Sara a la fuga (2015), cortometraje con el que se hizo hace ya cuatro años con la Biznaga de Plata del Festival de Málaga, o, mejor dicho, retoma la cruda relación filo-paternal de aquel, sustituyendo eso sí a la protagonista, Dunia Mourad, por Greta Fernández, a quien ya dirigió en su segundo corto, La inútil (2016). Esta última es nada más y nada menos que la hija de quien interpretaba al padre en Sara a la fuga, Eduard Fernández, que vuelve a encarnar al personaje en La hija de un ladrón con el aliciente, aunque también reto, de trabajar desde una relación real. Y es que la elección de Eduard y Greta como protagonistas da al filme una dimensión muy poderosa, ofreciendo una química de base para que las duras palabras que ambos se ven forjados a decirse no borren el hecho de que nos encontramos ante dos personajes que, pese a todo, se quieren. Marçal Cerbián y la propia Funes firman un agudo guion que no desaprovecha una sola coma para desarrollar las personalidades opuestas de sus protagonistas: ella es inocente, trabajadora y generosa con lo poco que tiene; él, avispado, irresponsable y orgulloso, pero lo bastante carismático para disfrazar sus defectos de virtudes al igual que tantos hombres han sabido hacer siempre en un país que, nos guste o no, sigue siendo patriarcal.

Viendo La hija de un ladrón resulta imposible no pensar en el cine honesto y descarnado de los hermanos Dardenne: hay referencias a El niño (2005) y El niño de la bicicleta (2011), por ejemplo, pero sobre todo a la canónica Rosetta (1999), por la que los belgas se alzaron con la Palma de Oro en Cannes por retratar con sumo realismo las desventuras de una chica de 17 años que vive en una caravana con su madre alcohólica con el único deseo de encontrar un trabajo digno. Así como la cámara seguía allí fielmente a Émilie Dequenne, aquí hace lo propio nerviosamente con Greta Fernández, quien se confirma como una de las grandes promesas de su generación al aguantar con aplomo tamaña responsabilidad cinematográfica. Su personaje nunca se deja llevar por el sentimentalismo, de forma que hacen falta gestos muy sutiles para hacernos partícipes de las ganas que tiene de conseguir una ocupación de verdad o del amor incondicional que siente por el padre de su bebé, encarnado con suma sensibilidad por Àlex Monner. De hecho, aunque está lejos de ser el drama principal de la película, esa historia de amor frustrado es clave a la hora de generar empatía por la protagonista y, a menudo, la gota que colma el vaso en lo que a infelicidad respecta. Y es que cualquier problema parece menor cuando se afronta de la mano de la persona adecuada y él sobre el papel lo es: atento, altruista, inteligente..., justo lo que Sara necesita a su lado para contrarrestar tanto desafecto familiar. Pero hay un pequeño problema: él la quiere y quiere lo mejor para ella, pero no está enamorado y, por tanto, es incapaz de satisfacer sus expectativas. Le ofrece su cama, pero no su compañía: él dormirá en el sofá, porque con el corazón es imposible ser generoso. «Pues qué pena», dice ella, en uno de los pocos momentos que se abre de verdad, «¿qué?», pregunta él, quizá haciéndose el tonto. «Que no quieras dormir conmigo». Como tantos otros detalles de los personajes, no sabemos qué pasó entre ellos dos, sólo que un bebé fue la consecuencia. Y es que el nada connotativo guion no trata en ningún momento de forzar los diálogos para que den pistas sobre el pasado: ¿qué fue de su madre?, ¿qué robó exactamente su padre? No lo sabemos, y no es necesario saberlo: lo único que importa es el presente.

La hija de un ladrón, Belén Funes.
Una de las obras más destacadas de la competición del SSIFF que estrenará BTeam Pictures.

«Al igual que el guion y las interpretaciones, las localizaciones respiran autenticidad, arrastrándonos con alma documental a un universo muy cercano en el que quizá sin embargo no nos hayamos parado a pensar, un universo en el que no hay regalo más celebrado que un billete de 20€ ni nada más valioso que un hombro en el que apoyarse».


Que Sara es un personaje trágico es innegable, pero Funes se niega a retratarla desde la compasión o el patetismo. Nada de eso: Sara, que sólo es capaz de definirse como «una persona normal» sin entender realmente qué es eso, afronta su existencia precaria con una fuerza que quizá ni ella misma sepa de dónde sale, luchando con arrojo contra sus propias debilidades, sus propios fantasmas. Asimismo, pese a que no se hace mención alguna a su condición de mujer, estamos ante una cinta marcadamente feminista que presenta a una atípica heroína convencida de merecer una dignidad que otros darían por perdida en su misma situación. Tampoco se hace aspaviento alguno en relación a su oído dañado, aun cuando es evidente que no ayuda precisamente a sus propósitos. Su determinación es emocionante porque parte de un corazón frágil que se niega a serlo pero desea, ante todo, cariño: del chico del que se ha enamorado, del padre que nunca ha actuado como tal, del hermano que por momentos es su única esperanza. El bebé, claro está, todavía es poco más que una carga que Sara, como tantas otras cosas, ha tenido que afrontar demasiado pronto. Y encima sola. La soledad, compañera de casi todos los personajes de los Dardenne, es clave porque acentúa la precariedad y el dolor sin precisar de sollozos al margen de un momento clave que funciona a la perfección precisamente a raíz de la frialdad del resto. «Es bueno tener hijos. Así no te mueres solo» concluye la reveladora primera conversación entre Sara y su padre, demasiado ocupado con su afán por reafirmarse en su inestabilidad como para ver las cosas desde una perspectiva verdaderamente humana. Al seguir a la protagonista con cariño y convicción, sin grandilocuencia visual alguna ni necesidad de música extradiegética, Belén Funes parece tratar de hacerle compañía, sumiéndonos de lleno en su odisea para que nosotros mismos nos sintamos menos desamparados. La joven realizadora barcelonesa se suma a la ola de talentos catalanes de los últimos años, pero ubicándose en un ambiente marginal de habla castellana en Badalona rara vez reflejado por el cine. Al igual que el guion y las interpretaciones, las localizaciones respiran autenticidad, arrastrándonos con alma documental a un universo muy cercano en el que quizá sin embargo no nos hayamos parado a pensar, un universo en el que no hay regalo más celebrado que un billete de 20€ ni nada más valioso que un hombro en el que apoyarse | ★★★★☆


Juan Roures |
© Revista EAM / Festival de San Sebastián




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