Damaris Del Carmen Hurtado Pérez: Nadie puro pararla: ‘Un pliegue en el tiempo’
Mientras saboreaba las mieles del éxito con Black Panther, que alcanzó la marca de ser la producción de Marvel más taquillera de la historia, Disney se convertía en objeto de mofa por culpa de una película, Un pliegue en el tiempo de Ava DuVernay. La cinta es un despropósito de grandes dimensiones que es un absoluto desastre como mamarrachada con pretensiones de ser un manual de autoayuda, ya que ni siquiera funciona como comedia involuntaria a pesar de tener a Oprah Winfrey disfrazada de drag queen con sofocos, y que buena parte de la prensa norteamericana no se atrevió a decir claramente lo que pensaba sobre ella porque está muy mal cuestionar a la primera mujer afroamericana que se sitúa al frente de una gran producción con un coste superior a los 100 millones de dólares.
En el año 1962 salía a la venta la novela Un pliegue en el tiempo de Madeleine L’Engle, escrita en un momento de crisis personal, con claras alusiones al cristianismo, y con la que la autora vivió una odisea para que viera la luz ya que a la mayoría de las editoriales no les parecía demasiado comercial tener a una niña protagonizando un relato de ciencia ficción en donde se habla claramente de la lucha del bien contra el mal, algo que se consideraba que iba a ser confuso para el público infantil/juvenil. A pesar de los malos presagios Un pliegue en el tiempo se convirtió en un éxito, dio pie a una serie literaria, y a lo largo de más de cinco décadas ha acompañado a millones de adolescentes principalmente en los Estados Unidos en donde ha llegado a ser un libro obligatorio en colegios e institutos.
La protagonista de Un pliegue en el tiempo es Meg, una niña inmersa en la edad del pavo que es rechazada por todo el mundo porque es realmente insoportable, su familia considera que es una niñata pero que no deja de tener cosas buenas, como toda criatura de Dios. Es hija de científicos y su padre ha desaparecido en extrañas circunstancias pero en realidad se ha quedado atrapado en otro plano dimensional durante uno de sus estudios sobre la quinta dimensión. La cría junto al mocoso de su hermano y un compañero de clase que es como un Johnny Depp con un brote de acné, uno de los tipos más populares del instituto pero él se siente un inadaptado, son transportados mediante el teseracto a través del universo con la ayuda de tres hadas del bien para dar con el físico extraviado.
Un pliegue en el tiempo ya tuvo una adaptación para la pequeña pantalla en Canadá que a la escritora Madeleine L’Engle (fallecida en 2007) le pareció un espanto y Disney que en el 2010 había cosechado un enorme éxito comercial con la Alicia en el país de las maravillas de Tim Burton se hizo con los derechos cinematográficos de la novela. La elegida para llevarla a cabo fue Ava DuVernay, que con su segundo largometraje Middle of Nowhere se llevó el premio a la mejor dirección en el festival de Sundance y que a raíz del estreno de Selma y su no nominación al Oscar como directora por esta película la convirtió en una de las figuras más insoportables de la industria, ya que ella atribuyó su no entrada a la discriminación por el hecho de ser mujer y negra haciendo de ello una causa. La casa Mattel sacó una Barbie a su imagen y semejanza, que se agotó en cuestión de minutos, y durante el trailer de Un pliegue en el tiempo se la anunció como la “de la visionaria Ava DuVernay”, demostrando que semejante frase ya manida desde hacía años había nacido para hacer el ridículo.
Teniendo a alguien cuya labor en el activismo está incluso por encima de su trabajo como cineasta Disney quiso contentar a todos con Un pliegue en el tiempo para que fuera lo más políticamente correcta: su protagonista es una adolescente afroamericana, sus padres son un matrimonio interracial, las tres hadas representan a la raza negra, blanca y asiática (interpretadas por Oprah Winfrey, Reese Witherspoon y Mindy Kaling) y hay una pareja gay interracial de adolescentes. Pero lo más importante no es esto, ni el relato de aventuras, ni siquiera el diseño de producción y sus efectos visuales que nos hacen pensar que buena parte del presupuesto de 130 millones de dólares se lo fumaron, sino que para que nos quede claro que la niña se acepta plenamente nos lo recalca con frases de un manual barato de autoayuda, y tampoco podemos obviar que en muchos momentos nos adentra en el oscuro y peligroso mundo de El secreto de Rhonda Byrne, que sigue las tesis de la ley de la atracción y que nos dice que con nuestro pensamiento atraemos las cosas: cantas como una grulla pero tienes el sueño de triunfar en el mundo de la música, piensa en ello, imagínate en un gran escenario y cautivando a la audiencia con tu arte, obsesiónate con ello, no es necesario que trabajes en tu formación si realmente quieres dedicarte a ello (es como quien quiere adelgazar y en lugar de cambiar de hábitos alimenticios cena sandwiches de atún todas las noches), si eso te amarga la vida porque no experimentas otra cosa que la frustración, o sea que ninguna discográfica se ha percatado de tu existencia, es que no lo has deseado con todas tus fuerzas, es decir que en tu fuero interno no te sientes como la Lady Gaga de Benidorm, más ejemplos, te han diagnosticado una enfermedad terminal o te mueres cuando te ves arrastrado por un tsunami durante tus vacaciones pues haber pensado en otra cosa. Millones de incautos que la han comprado y Oprah Winfrey como una de sus principales promotoras.
En Estados Unidos se pudo comprobar algo muy curioso cuando se estrenó Un pliegue en el tiempo y es la ambigüedad de buena parte de los críticos a la hora de hacer sus valoraciones, Todd McCarthy de The Hollywood Reporter, Peter Debruge de Variety o Darren Franich de Entertainment Weekly fueron de los pocos que sí que se atrevieron a hablar sin tapujos de los fallos de una película aburrida, devorada por su propia puesta en escena y con la que cuesta conectar a nivel emocional porque ese mensaje sobre el empoderamiento y la aceptación personal suena tan auténtico como esas frases motivacionales de Paulo Coelho que se pueden leer en el Instagram de cualquier tronista de Mujeres y hombres y viceversa, pero el resto tenía reparos a la hora de decir que la cinta daba bastante vergüenza ajena, primero, por ser un producto de la casa Disney, y segundo porque Ava DuVernay ha hecho del cabreo su seña de identidad. Los críticos de St Louis la eligieron la peor película del año, los Razzies ni se atrevieron a nominarla para sus antipremios. La crítica internacional sí que la destrozó y sin piedad.
Contando con la producción y la publicidad, Disney se gastó aproximadamente 250 millones en Un pliegue en el tiempo, una auténtica burrada porque su recaudación mundial fue de 132 millones. En el mes de junio la compañía del ratón se convirtió en el blanco fácil de las bromas cuando la película de Ava DuVernay experimentó misteriosamente un incremento de su recaudación en un 1.551% durante el fin de semana de mediados de dicho mes, ya llevaba tres meses en exhibición, su estreno fue el 9 de marzo, y los datos de taquilla del 17 de junio revelaron que la cinta cosechó más de 1,5 millones de dólares (casi 7.000 por sala) y el fin de semana anterior apenas había hecho 100.000 dólares, y lo más gracioso, el siguiente solamente hizo 82.000 dólares. Disney para asegurarse llegar a los 100 millones de dólares (convirtiendo a Ava DuVernay en la primera mujer afroamericana en alcanzar dicha marca) hizo un programa doble en una serie de cines con la recién estrenada Los increíbles 2 de Brad Bird y separó después las recaudaciones.
Un pliegue en el tiempo se estrenaba en el momento oportuno y se aprovechaba de las reivindicaciones para dar visibilidad a la mujer en la industria. Pero desgraciadamente olvidamos que las obras hay que juzgarlas por lo que son no por cuestiones que no tienen nada que ver con sus méritos artísticos. Si Un pliegue en el tiempo es mala lo es porque provoca vergüenza ajena en muchos momentos no porque la haya dirigido una mujer de color, si caemos en eso somos misóginos y racistas, y al revés ya que tampoco hay que salvarla de la quema por las mismas razones, tenderíamos a la complacencia, ni una ni otra postura son beneficiosas para conseguir la tan igualdad tanto de género como racial. A pesar de la maniobra de Disney y de los paños calientes de buena parte de los medios de comunicación el porrazo fue monumental, las pérdidas superan los 100 millones de dólares y la sensación de haber hecho el ridículo es incluso superior.
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