Damaris Del Carmen Hurtado Pérez: Crítica | Historia de un matrimonio (A Marriage Story)
La distancia que nos separa
Crítica ★★★★★ de Historia de un matrimonio de Noah Baumbach.
EE.UU., 2019. Título original: Marriage Story. Dirección: Noah Baumbach. Guion: Noah Baumbach. Producción: Noah Baumbach, David Heyman. Productoras: Heyday Films, Netflix. Música: Randy Newman. Fotografía: Robbie Ryan. Montaje: Jennifer Lame. Reparto: Scarlett Johansson, Adam Driver, Laura Dern, Alan Alda, Ray Liotta, Julie Hagerty. Duración: 135 minutos.
En los primeros minutos de la película, Nicole y Charlie describen, en una carta tan hermosa como sencilla, cuáles son las mayores cualidades del uno y del otro. Es un momento precioso, del que Noah Baumbach pronto nos expulsa sin pudor: esta no es otra que la historia de un final. Una separación sangrante y dolorosa, que sin embargo deja espacio para el humor y la esperanza. Baumbach, que ya había tratado la separación de sus padres en la cinta The Squid and the Whale (2005), vuelve a aproximarse a un dramático proceso de divorcio que de bien seguro ha recogido elementos de su propia experiencia personal, a raíz de la separación y divorcio que pusieron fin a su relación con Jennifer Jason Leigh en 2013. Como pareja protagonista, también dos caracteres del mundo del arte: Charlie (Adam Driver), un director teatral en pleno auge, y Nicole, una actriz (Scarlett Johansson) que encontró su debut en el cine comercial pero ahora triunfa en la compañía de su (ex)marido. De por medio, años de verdades nunca dichas y rozamientos acumulados, alguna que otra mentira y dos personajes rotos emocionalmente y con un hijo al que cuidar.
Al principio, su objetivo prioritario es resolver la separación cuanto antes posible, sin pullas judiciales, pero la progresiva sospecha de las intenciones del otro –nacida en el seno de anécdotas ajenas y cotilleos varios– acaba causando la irrupción de dos frentes de abogados en el proceso. La mediación interesada, las habladurías y los malentendidos, cómo no, arruinarán la paz que tanto ansían, trasladándolos en pleno viaje al corazón de sus propias tinieblas y las del otro. Una caída a los infiernos personales para la pareja protagonista, pero también una magnífica ocasión para el lucimiento de los actores que los interpretan: Driver y Johansson se ganan minuto a minuto el candor del público con una naturalidad y expresividad abrumadoras. Ella, intentando superar la pequeñez en la que ha caído durante su relación artística con su marido; él, tratando de comprender y manejar la magnitud de los cambios que a su alrededor se suceden con una urgencia inusitada. Para acercarnos a ellos, el tacto habitual del Baumbach guionista y director, que nos aproxima al corazón del drama a través de su mayor despliegue de gestos y detalles hasta la fecha: miradas de reojo, copas que se vacían demasiado rápido y alguna que otra lágrima escondida. El realizador, amante Truffaut e inconfesado seguidor de Bergman, apuesta por la construcción de situaciones cotidianas y verdaderamente trágicas, pero –como viene siendo habitual en su cine– rehúye del melodrama más grave.
Su renuncia a dejar de lado el humor (lo único que parece faltar en un divorcio, según él mismo) encuentra algunos de sus magníficos portavoces en la familia de Nicole o en los abogados (del diablo) que interpretan Laura Dern, Alan Alda y Ray Liotta. Ahí tenemos, por ejemplo, a la roba-escenas-Dern, parodia viva de lo socialmente aceptado como «femenino» y pulcrísima abogada hecha a sí misma, cuya proximidad abrumadora todas hemos conocido alguna vez. Pero ella no será el único personaje memorable que entra en la vida de los protagonistas. No falten en nuestro recuerdo caracteres tan extravagantes como el de Nancy, La extraña examinadora, ni auténticas coreografías escénicas y dialécticas al más puro estilo screwball comedy, habituales ya en todo el cine de Baumbach. Así, en Historia de un matrimonio, el núcleo del drama se encuentra constantemente maleado por desajustes, situaciones que se desvían y personajes que se salen de tono. Entrados en esta dinámica, no es de extrañar que el viaje interior de los protagonistas culmine en dos maravillosos números musicales, absolutamente despampanantes y desligados de toda lógica narrativa más allá de la simple joie de vivre.
En los primeros minutos de la película, Nicole y Charlie describen, en una carta tan hermosa como sencilla, cuáles son las mayores cualidades del uno y del otro. Es un momento precioso, del que Noah Baumbach pronto nos expulsa sin pudor: esta no es otra que la historia de un final. Una separación sangrante y dolorosa, que sin embargo deja espacio para el humor y la esperanza».
Sin embargo, el drama sigue estando ahí: detrás de todo pequeño gag o diálogo intrascendente, se encuentran las verdades que más cuestan de sacar a la luz. El guionista, que parecía haber encontrado la culminación del diálogo de relleno en The Meyerowitz Stories (2017), vuelve a esconder las piezas claves del puzle emocional de sus protagonistas en un segundo plano. Así es que, por ejemplo, la primera vez que Henry (el hijo de Nicole y Charlie) le dice a su padre que ya no forma parte de su núcleo familiar, primero hayamos tenido que escuchar una conversación larga y tendida sobre qué es mejor, si estar sentado o en pie. Pasa lo mismo con Nicole que, por su parte, revela el desencadenante de su ruptura como si en letra pequeña estuviese escrito. Pero el mejor uso del segundo plano lo encontramos en el uno de los momentos álgidos del segundo acto: en el juicio por la custodia de Henry, los abogados de ambas partes hacen públicos los secretos de la pareja con una facilidad exacerbante, mientras relegan a los auténticos protagonistas de la cita a dos figuras mudas, arrinconadas y extremadamente dolidas. Su silencio retumba aún más si tenemos en cuenta que Baumbach siempre ha sido aclamado como un gran orquestador de diálogos. En este sentido, Historia de un matrimonio puede leerse como una evolución natural en su particular cine de la incomunicación: si en su anterior película los personajes no llegaban a conectar por la sobrecarga de información, que inundaba las escenas en forma de farfullos que se pisaban entre sí (en conversaciones que no eran más que largas digresiones sobre uno mismo), en la historia de Nicole y Charlie los personajes hablan alto y claro; se entienden y, aun así, no pueden sobrepasar la distancia que los va separando –lo cual, teniendo en cuenta la estima que ha nutrido su relación, es aún más frustrante–.
Repiten en la cinta trazos habituales en el cine de Baumbach. Ahí queda la concepción teatralizante de la puesta en escena, que deja espacio para que los actores hagan el mejor de sus trabajos. El teatro se respira en los planos máster, en el constante corretear entre puertas del set por parte de los secundarios o incluso en un walking-talking soderberghiano. También, en la confianza absoluta que el director deposita en la expresividad de Johansson y Driver, que protagonizan enfrentamientos bárbaros en ráfagas de plano-contraplano que nada tienen que envidiar a los mejores clásicos del melodrama. Aunque donde radica el mayor logro de Baumbach director es en la facilidad con la que transparenta su particular juego con la distancia entre los protagonistas. Gracias a ella, por ejemplo, puede pasarnos desapercibida la compleja estructuración hitchcokiana de las relaciones alrededor de un espacio tan aparentemente simple como una mesa: véase la muy inteligente planificación de una escena como la de la primera reunión entre los litigantes y los abogados, donde los afectos se concentran y se diluyen a medida que más o menos caracteres ocupan un plano que en principio debería estar reservado solo a Nicole y Charlie, cuyo vínculo emocional vuelve a ganar la escena a través de una sencilla carta de restaurante. Quede dicho, a modo de conclusión, que hoy día pocos realizadores cuentan con una concepción tan clásica y efectiva del espacio emocional como Baumbach, por lo que la fecha de estreno de Historia de un matrimonio en diciembre –mes de reencuentros familiares y sentimentales de todo tipo– no puede ser más conveniente. Queda garantizado que estas navidades comeremos turrones y nos tragaremos las lágrimas gracias al realizador neoyorquino | ★★★★★
Mariona Borrull
© Revista EAM / Mostra de Venecia
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