Damaris Del Carmen Hurtado Pérez: Crítica | Ghostland

En las entrañas de la locura

Crítica ★★★★☆ de «Ghostland», de Pascal Laugier.

Canadá, 2018. Título original: Ghostland. Director: Pascal Laugier. Guion: Pascal Laugier. Productores: Ian Dimerman, Scott Kennedy, Jean-Charles Levy, Nicolas Manuel, Clément Miserez, Brendon Sawatzky, Sami Tesfazghi, Matthieu Warter. Productoras: Coproducción Canadá-Francia; 5656 Films / Logical Pictures / Mars Films. Fotografía: Danny Nowak. Música: Todd Bryanton. Montaje: Dev Singh. Reparto: Crystal Reed, Anastasia Phillips, Mylène Farmer, Emilia Jones, Taylor Hickson, Kevin Power, Rib Archer.

Han pasado siete años desde que visitara las salas de cine, por última vez, el realizador francés Pascal Laugier. Fue con aquella El hombre de las sombras (2012) que, tal vez por venderse equivocadamente como una película de terror, decepcionó a quienes esperaban una nueva experiencia radical y rompedora como Martyrs (2008), la obra que consolidó al realizador tras su anodino debut con El internado (2004) y quedó como referente en esa transgresora ola conocida como Nuevo extremismo francés. Lo cierto es que la descafeinada mezcla de drama social y suspense psicológico, lastrada por una puesta en escena casi televisiva, de El hombre de las sombras, palideció, pese a una esforzada actuación de Jessica Biel, ante las inevitables comparaciones con Martyrs, una de las experiencias más incómodas y desagradables que se hayan podido sufrir en una gran pantalla y que hizo de las explícitas torturas físicas y el gore todo un arte. Afortunadamente, parece que el mejor Laugier está de vuelta y, con él, su gusto por las atmósferas insanas y la violencia desaforada. Así lo demuestra su nuevo estreno, que llega con un año de retraso a los cines españoles (algo poco comprensible, vistas las estupendas sensaciones que había dejado a su paso por diferentes festivales, especialmente en el de Sitges), Ghostland (2018). De nuevo, el cineasta se adentra en los territorios del puro terror aun cuando la historia, sobre el papel, parece enmarcada en un subgénero más propenso al suspense, el de invasiones domésticas por parte de psicópatas sin escrúpulos, que ha dado títulos tan perturbadores como Funny Games (Michael Haneke, 1997) o Al interior (Alexandre Bustillo, Julien Maury, 2007) al igual que Martyrs, otro de los estandartes del extremismo francés. Y es que ese es tan solo el punto de partida de una cinta que no se detiene en la consabida persecución entre el gato y el ratón dentro del reducido espacio de una casa convertida improvisado pasaje del horror a merced de unos villanos que, en clara referencia (y no es la única a lo largo de la historia) a Lovecraft, son descritos por la protagonista como un ogro y una bruja.

En un acto de concisión, Ghostland entra rápido en materia. Un viaje en coche sirve para que conozcamos, a grandes rasgos, las personalidades de las tres protagonistas femeninas a las que el espectador acompañará en una cruenta pesadilla. Por un lado está la madre francesa, bondadosa y entregada que ejerce las labores de intermediaria en las tensiones que florecen entre sus dos hijas adolescentes, cercanas en edad pero muy distintas entre sí. Por otro, tenemos a las dos chicas: Beth, introvertida aspirante a escritora, poseedora de una imaginación algo tenebrosa que vuelca en los relatos de terror que escribe, y Vera, la hermana más rebelde y resentida por el incipiente talento demostrado por Beth y que la convierte en el ojo derecho de mamá. Una simple discusión en el interior del vehículo que las lleva hasta el caserón que han heredado y que debería convertirse en su nuevo hogar funciona como perfecta excusa para desvelar la especial relación materno-filial que será puesta a prueba cuando se tope en su camino un misterioso camión de golosinas conducido por dos personajes perturbados que cambiarán sus vidas para siempre. Y es que Laugier no tarda en coger a sus personajes y sacarlos de su zona de confort para animalizarlos y someterles a toda clase de humillaciones. En pocos minutos, los monstruosos invasores ya han tomado la casa, ante la desesperación de las tres aterrorizadas propietarias del lugar y lo han hecho de forma impactante, con un estallido de violencia desbordada, cruel y sin concesiones, capaz de pillar al espectador tan de sorpresa como a sus protagonistas. Tras este prólogo, poco sabremos de las consecuencias de aquel asalto, ya que la acción se retoma 16 años después, cuando una Beth adulta y ya consolidada como novelista, publica un nuevo libro basado en aquella experiencia traumática del pasado con el que pretende exorcizar los malos recuerdos y pesadillas que aún le persiguen y que vuelven con más fuerza que nunca cuando una misteriosa llamada telefónica la obligue a regresar al lugar de los hechos.

«Una de las inmersiones a las entreñas de la locura más hermosas, fascinantes y sobrecogedoras que el género ha deparado en la última década».


Ghostland es una de esas obras a las que es preferible acercarse con la mayor falta de información posible. El punto de partida puede parecer convencional pero la manera en que el Laugier guionista aborda el tema de los síndromes de estrés postraumáticos es bastante original y propicia uno de esos giros narrativos que hacen que las reglas del juego que hasta ese instante se conocían, cambien totalmente. Al contrario que Martyrs, mucho más salvaje y gráfica a la hora de mostrar los tormentos sufridos por sus protagonistas, aquí la truculencia está más dosificada y es el horror psicológico el que prevalece por encima de la violencia física, aunque esta también esté muy presente, tanto en las torturas a las que son sometidas las mujeres (de nuevo, el protagonismo es eminentemente femenino, en lo que ya podría ser considerada una constante en el cine de Laugier) como en las deformantes secuelas físicas que estas dejan en sus rostros. El director ha alcanzado en esta cuarta película de su filmografía un alto nivel de estilización a la hora de expresar su abigarrado universo interior, ayudado por una fabulosa labor fotográfica de Danny Nowak que sabe sacar el máximo partido a las barrocas estancias de la casa que sirve como escenario, poblada, por todas partes, de inquietantes muñecos, testigos mudos de la maldad en estado puro. Esta imaginería contribuye a dotar al filme de una atmósfera onírica, pesadillesca, que se va tornando en claustrofóbica conforme avanzan los minutos y que alcanza su punto culminante en una portentosa set piece terrorífica que tiene como protagonista a una Beth vestida de niña pequeña y camuflada entre otras muñecas, a expensas de los retorcidos juegos del sádico “ogro”. Una secuencia que tiene tanto de cruel cuento de hadas a lo Hansel y Gretel o Alicia en el país de las maravillas como del Rob Zombie más desquiciado, aquel que descubrimos en La casa de los 1000 cadáveres (2003), y del sucio Tobe Hooper de La matanza de Texas (1974), otro visionario referente tomado como modelo a seguir por esta nueva hornada de directores que optan por regalar unas miradas únicas y personales, a la manera de los grandes maestros clásicos, antes que seguir modas imperantes y faltas de imaginación, y que quedará grabada a fuego dentro de la antología de momentos más memorables del terror moderno, punto álgido de una de las inmersiones a las entreñas de la locura más hermosas, fascinantes y sobrecogedoras que el género ha deparado en la última década | ★★★★☆


José Martín León |
© Revista EAM / Madrid




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