Damaris Del Carmen Hurtado Pérez: Tolkien

Cuando se estrenó la trilogía de El Señor de los Anillos hubo mucha guasa con las reiterativas escenas de Frodo y Sam caminando hacia el Monte del Destino. Guasa por lo interminable del trayecto y por ciertos momentos íntimos que parecían ondear la bandera arcoíris aunque luego el relato transitase por el camino de lo “normal”. La idea de fondo era la amistad, la de Frodo y Sam, pero también la de la compañía del anillo. Amistad forjada en la adversidad, que suele ser la que, incluso en la distancia, perdura para siempre.

El biopic de Tolkien que se estrena ahora arranca con el autor enfermo y a punto de colapsar en una trinchera durante la batalla de Somne en la Primera Guerra Mundial. Un tipo que, al borde de la muerte, recibe la ayuda incondicional de un soldado raso, Sam, al que encomienda buscar a su mejor amigo, Geoffrey, también inmerso en la batalla.

Éste paralelismo con la relación entre Frodo y Sam es el primero de los muchos que la película dirigida por Dome Karukoski establece entre vida y obra de forma casi obsesiva. Aunque la película aborda el talento del autor en el campo de la lingüistica, potenciado por su amor de juventud (y posterior esposa), Edith Bratt, gran parte de la misma se construye en torno a su particular comunidad del anillo, su grupo de amigos en su etapa estudiantil y, en particular, Geoffrey Smith, quien inspiraría el personaje de Samsagaz Gamyi.

La decisión tiene todo el sentido del mundo porque esa relación entre vida y obra era totalmente real. El problema es una cierta sensación de telegrafiado de estos vínculos, más enumerados que sentidos, que acaban convirtiendo la película más en una relación de acontecimientos de juventud que en un viaje emocional. Algo a lo que no ayuda nada cierta sensación de narración por episodios que provocan esas vivencias recordadas en el horror de las trincheras o el hecho de transformar la guerra en una explícita representación de su imaginario posterior.

Ese peaje, junto al retrato de un personaje plagado de dudas y poco dado a decisiones arriesgadas, parece demasiado caro para una película que trata de abordar la pasión literaria del autor y la gran relevancia de sus recuerdos de juventud en su obra.

Quizás el momento más emotivo sea, precisamente, uno de los más importantes en esa relación de amistad que vertebra la película. En el principal punto de inflexión de Tolkien, tanto amoroso como educacional, su amigo le aporta una lección de vida que enlaza, además, con esa perenne sospecha sobre la verdadera naturaleza de la relación entre Frodo y Sam.

View Source