Damaris Del Carmen Hurtado Pérez: Mirar a los ojos
Llevo años trabajando como realizador audiovisual, concretamente de los de tipo hombre orquesta (dirigir, operar cámara, iluminar, editar…) como mucha otra gente del gremio. En todo ese tiempo las entrevistas han sido uno de los tipos de grabaciones más habituales que he hecho y hay una cosa que uno aprende rápido, el entrevistado necesita a alguien a quien mirar.
La cámara para mí es una herramienta y un escudo. Es con lo que grabo pero también supone una barrera física con el sujeto que te permite centrarte en tu trabajo. Mirar a través de ella, es mirar un monitor, con la distancia necesaria que eso genera casi siempre para mí.
Sin embargo, para el sujeto al que grabas es todo lo contrario, una mirada vacía y amenazante. No hay nada más hostil en ese momento que una lente oscura dirigida hacia uno. Es la señal de que la atención está puesta en uno mismo y es lo que potencia todas tus inseguridades. Hasta que la lente hace acto de presencia es raro que uno piense “¿qué hago con las manos?”, “¿a dónde miro?”, “¿tengo bien puesta la ropa?”, “¿se me verán las ojeras?”, pero esas preguntas aparecen sin fin.
Por eso, a la hora de hacer entrevistas es importante que el entrevistado se olvide de la cámara y tenga alguien a quien mirar, el entrevistador. Convertir ese momento en lo más parecido a una conversación convencional es siempre necesario. Que la cámara sea lo más invisible posible.
Sin embargo, la cámara (el espectador) necesita ver, ante todo, el rostro y la mirada del entrevistado, porque aparte de la voz, le gestualidad y la mirada comunican muchísimo. Eso lleva a que lo canónico sea posicionar al entrevistador cerca de la cámara, para que la mirada del entrevistado se vea suficientemente frontal como para apreciar la mirada completa. Como ejemplo, el siguiente fotograma de Wild Wild Country.
Pero todos habréis visto de un tiempo a esta parte numerosos documentales donde esto no es así. Documentales que dan un paso más en la cercanía al entrevistado, que nos habla directamente a nosotros, es decir, a la cámara, y lo hacen con una naturalidad pasmosa. Personas que nunca hablan a una lente haciéndolo con la soltura y la calma de quien te cuenta algo propio directamente a ti.
Muchas veces me había fijado en eso y me había preguntado cómo narices lograban eso, cómo anulaban la mirada amenazante del objetivo de la cámara y la convertían en la mirada de un confidente. Y, sinceramente, no había caído en ello, con lo sencillo que era, hasta ver El caso Alcàsser.
La serie documental de Elías León Siminiani (Apuntes para una película de atracos, Mapa) se permite puntualmente algo que hace años a pasado a ser también parte de la puesta en escena, mostrar la trastienda de la filmación. Y ahí es donde, al fin, vi el truco. Un truco sencillo y eficaz como pocos: poner al entrevistador en el mismo objetivo mediante un teleprompter. Así, el entrevistado puede hablar con el entrevistador a la vez que mira al objetivo.
Un teleprompter consiste en un cristal colocado delante del objetivo, e inclinado 45 grados hacia el sujeto, que refleja la imagen de un monitor situado debajo de dicho cristal en posición horizontal. Visible para el sujeto delante de la cámara, invisible para ésta. Simple física que ha permitido a presentadores de televisión leer su texto mientras nos miran directamente a los ojos.
Gracias al amiguete de twitter Danda me enteré de que esta variación del prompter se la debemos a Errol Morris. El director de documentales como Rumores de Guerra (Fog of War) o Ronald Rumsfeld: Certezas desconocidas (The Unknown Known), inventó lo que denominó como Interrotrón, una suerte de periscopio televisivo utilizando dos teleprompters, para su serie documental First Person (2.000).
La potencia narrativa del invento era obvia. Permitía convertir la entrevista en un momento íntimo entre el espectador y el entrevistado, algo que, para mí, tiene un valor particularmente increíble cuando esa entrevista se realiza a personajes muy alejados de nuestra sensibilidad o que son directamente nuestra antítesis moral. Te permite mirar a los ojos a gente con la que difícilmente querrías compartir un momento y descubrir su humanidad a través de los matices. Sus debilidades, sus sentimientos, sus mentiras, sus fanfarronadas…
Morris lo vio claro desde el primer momento y por eso First Person, que contó con seis episodios, se centró en personajes que resultaban ajenos a la cotidianidad del gran público, abarcando desde científicos a criminales, pasando por gente corriente que había vivido historias insólitas. Un recurso con el que fue experimentando en sus trabajos posteriores, llegando a ganar el Oscar en 2004 con Fog of War, documental centrado en la figura de Robert S. McNamara, ex-secretario de defensa con John F. Kennedy y Lyndon B. Johnson en uno de los periodos más negros de la historia reciente de Estados Unidos, la Guerra de Vietnam, y posterior presidente del Banco Mundial.
León Siminiani hace suya esta herramienta en su serie documental sobre Alcásser. Le sirve no sólo para mirarnos a los ojos con sus protagonistas, sino para recoger sus reacciones ante imágenes de archivo que hemos visto a la vez que ellos como espectadores. Es una complicidad directa que se hace especialmente patente con los dos personajes clave: Fernando García, padre de una de las víctimas, Miriam, y Juan Ignacio Blanco, periodista que establece toda una teoría de la conspiración en torno al caso y a la que el padre se agarra sin salvavidas alguno, derivando con el tiempo en un circo mediático aberrante.
La puesta en escena termina de redondear el retrato de estos dos personajes de una forma sutil y muy inteligente. Fernando García, en un plano por momentos asimétrico y ligeramente picado que acentúa su soledad y ensimismamiento en la fábrica de colchones que regenta. Juan Ignacio Blanco, notablemente desmejorado por la enfermedad, en un espacio oscuro repleto de libros en el que él es el casi el único elemento visible, resaltando su vínculo con la historia negra que durante años forjó en torno al crimen más mediático que se ha vivido en este país. Una magistral forma de mirar a los ojos a dos personajes ahogados en un delirio lucrativo y autodestructivo.
Podéis leer más sobre el Interrotrón y Errol Morris en estos artículos de El espectador imaginario y Birth Movies Death.
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