Damaris Del Carmen Hurtado Pérez: Bodied

Dos mundos conviven en Bodied. Uno de ellos es nuestra realidad convencional y la película me lo transmite como un laberinto de barreras invisibles. Limitado por el respeto hacia el resto de la gente. Sus circunstancias. El mundo donde nuestro protagonista, Adam, está atrapado. Con muchas cosas que le gustaría decir y no puede. Porque tiene miedo de las consecuencias, porque son todas negativas: oprobio, ira, rechazo, desdén. Fracaso. Hay, sin embargo, otro mundo cerca que Adam investiga para su tesis literaria. El mundo de las batallas de rap. Uno que observa con admiración desmedida. Por su mezcla de técnica y pasión con un único objetivo: la destrucción de la figura del adversario. Adam no los ve como personas, sino como un conjunto de condiciones que el contrincante asalta mediante combinaciones de palabras. Hipnóticas, esmeradas y plurifuncionales en su estructura, en su ritmo, en su léxico y en sus temas. Un mundo que además, para emoción de nuestro protagonista, parece existir en una burbuja; con un pie en nuestra vida cotidiana, pero deformada, manipulada, exagerada, estereotipada y transformada a través de lo que Bodied considera irremisiblemente como un arte que sirve de escudo protector ante los ofendiditos. La poesía de la rima. Para Adam, este mundo no tiene límites y al final existe respeto, un trofeo, admiración, un ranking. A diferencia del otro, aquí sí puedes ganar. Objetivamente. Ganar.

Una pequeña victoria contra un peso pluma es lo único que necesita Adam para adentrarse de lleno en este nuevo mundo. Y, siendo como es el protagonista de nuestra película, descubre que es perfectamente capaz de alcanzar el trono… porque en cierto modo están jugando con reglas que conoce a la perfección. Adam es un hombre blanco, es rico, es cultivado. Prácticamente ninguno de sus rivales combina estas cuatro características. Adam tiene un archivo histórico de décadas y décadas de racismo, sexismo y clasismo del que echar mano y sacar brillo, alimentados por años de ira contenida por lo que él percibe como un silencio obligado. Y un silencio que se ha enquistado hasta fermentar en un odio cerval hacia todos los demás. Bodied son dos mundos y dos perspectivas. Adam se da cuenta de que es mejor cuanto más nítidamente expresa una visión de la realidad que llevaba callándose desde hace demasiado, y que él no tiene ningún tipo de intención de reexaminar. Desde la de la gente que le rodea, Adam es mejor cuanto más cruel, cuanto más profundo bucea en el pozo. A más dura la rima, más fuerte es el aplauso. Y por eso va a ser el mejor.

Y son dos mundos, dos perspectivas y un doble mensaje. El arte funciona para expandir el discurso social, pero en 2018 no sirve para protegernos de las consecuencias reales de nuestras obras. Cualquier persona, creo, con una mínima experiencia en el discurso digital sabe de lo que estoy hablando — la relación entre el individuo de su producto artístico, los conflictos abiertos entre las nuevas generaciones de movimientos de representación social, los espacios de debate públicos transformados en cauces para la ira –. Bodied recaba toda esa información y la recontexualiza en forma de batalla. Cuando Bodied reside “en nuestro planeta”, fuera del ring, opera de forma convencional, con una perspectiva de la realidad parecida a la que podríamos encontrarnos un día cualquiera en Twitter. Adam sufre en sus carnes el reproche de la comunidad negra por apropiarse de su cultura, de la comunidad académica por lo ofensivo de su mensaje, de su novia por lo despreciable de su comprensión del género femenino, de su padre por su incapacidad para estar a su altura académica. A Adam LE PASA DE TODO y en ningún momento se le aparece una tabla de salvación. Cada factor de la película termina refrendando ideas que lleva guardadas durante mucho tiempo y que no tiene intención de revisar. A Bodied está a punto de ocurrirle lo mismo que a la última de Spike Lee, donde la ausencia de matices sepulta intenciones, donde las personas son sustituidas por simples representaciones de las mismas. Como comentario social, Bodied es floja. Se da la circunstancia de que, como película bélica, es la hostia. Porque Bodied no está observando las batallas de rap desde nuestra realidad. Está haciendo lo contrario, para sorpresa de Adam, y para la mía propia.

La pelicula se quita completamente la careta en una escena a mitad de metraje que ocurre en una sala de estar, en la que Adam y la mujer de su mentor comienzan a discutir. En un momento dado aparece una cortinilla con el nombre de los contrincantes, como tantas veces hemos visto en los combates de boxeo, y la misma cortinilla que su director emplea antes de cada batalla de rap. Para nosotros, los normales, es una diferencia de opiniones. Para nuestro protagonista y para nuestro director, Joseph Kahn, es una guerra sin reglas. En esta secuencia está contenido, pero cuando pone los pies en el ring cualquier recurso es válido y el resultado es dinamita. Eminem presenta esta película, que está absolutamente en las antípodas estilísticas del naturalismo de 8 Millas. Aquí no hay base musical que acompañe a las rimas, así que Kahn recurre una música superheroica al estilo de Karate Kid, otorgando a las escenas un cariz épico. Las agresiones no solo quedan en el aire, sino que el director llega incluso a reproducir visualmente algunas de las metáforas que describen los contrincantes. Y estos contrincantes sí son seres humanos. Más reales con sus apodos que con sus nombres verdaderos. Con sus ideas, su noción propia de la realidad, sus atuendos, sus opiniones expresadas libremente en el combate, reducen a su contrincante a la mínima expresión. Termina el enfrentamiento, hay un apretón de manos después y a pastar. Las rimas están escritas y escupidas por auténticos profesionales. Son sorprendentes, dinámicas, complejas, algunas de ellas divertidísimas y los subtítulos de YouTube hacen un gran trabajo a la hora de esclarecer el argot.

Adam se va a dar cuenta de que sus acciones tienen consecuencias pero la verdad es que no tengo mucho interés en conocerlas porque el mundo al que me lleva Bodied es demasiado atrayente. No solo por el carácter que despliega o por la calidad de sus intérpretes, sino por los constantes juegos que practica con el lenguaje cinematográfico y la precisión de su montaje. Y aquí la película se pasa una hora y media, con 40 minutos de secuencia final, en medio del más puro abandono moral, con servidor devorando palomitas mientras esta gente se llama de hijoputa para arriba, cagándose en sus vivos y sus muertos — negros, blancos, coreanos, novias, padres, madres, hijas, nadie está a salvo, todo el mundo es un objetivo. Hasta que se acaba — . Tan importante es este mundo para la película, y tan bien está expresado, que por ello me resulta creíble la transformación de su protagonista hacia su nueva persona como gladiador del rap. Más dinámica, más vital, más segura pero más hostil, menos empática, más calculada… y que comprendo porque el premio es demasiado importante. Ya hemos visto este recurso antes. En el partido de baloncesto de American History X, en el clímax de Whiplash. En Toro Salvaje. Anti-héroes, de los cuales Adam Merkin es un extraordinario exponente (y Callum Worthy está a la altura en todo momento). Como sus predecesores, Adam sacrifica cosas en pos de una grandeza que no conlleva más gloria que la grandeza misma, pero se dispone a asumirlo sin ningún tipo de consideraciones, sin frenos, a cien por hora y cuesta abajo.

Bodied es una película autofinanciada por Kahn, que se encuentra libre de restricciones para contar lo que quiere contar, aprovechando una posición bastante privilegiada dentro de la música mainstream norteamericana. Es el director por norma de los videoclips de Taylor Swift. Su carrera abarca trabajos con Lady Gaga, U2, Muse, Rihanna, Jennifer Lopez o Mariah Carey. Intentó dar el salto al cine con Torque, se comió una buena leche, y a partir de ahí decidió pagarse el bautizo en Detention y en esta película que nos ocupa, que dirige como lo que es. Una deuda personal en el aspecto económico y en el aspecto artístico. Un retorno a un momento tan festivo como agresivo del hip-hop desde la perspectiva de un empleado en un sector musical que ha diluido ambas características y reducido a meras insinuaciones… porque en cierto modo el rap decidió convertirse en ello. Y, en el momento en que perdió gran parte de su carácter hostil, su mala imagen, se convirtió en objetivo a derribar.  En último término, y dejando a un lado el limitado análisis social que rodea al film, Bodied me cuenta que las batallas de rap son un colosal acto de expresión, demasiado estimulante como para atender a sus efectos. Y lo hace con tanta pasión y tantas ganas, que me lleva en volandas a un lugar donde hay barreras que son destruidas y que hay gloria en su destrucción. Como mera expresión de furia artística, eso ya es algo.



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