Damaris Del Carmen Hurtado Pérez: San Sebastián 2018: Número 4 | Críticas: The black book, Manta Ray, An elephant sitting still, Tiempo después

Crónica Número IV del 66SSIFF

Día 4 en el Donostia Zinemaldia.

Llegados al cuarto día de festival, nos asalta una sensación que, a base de acumular visitas a Donostia, descubrimos inevitable. La carencia no ya de ese gran título que dé sentido a todo el festival, sino de cine de cierta altura. Las secciones recopilatorias Perlas y Zabaltegi compensan algo esta cosecha insatisfactoria (para quien escribe, las nuevas obras presentadas por Jean-Luc Godard y Ryuusuke Hamaguchi son los dos grandes hallazgos hasta el momento). Pero la sección oficial nos sigue dejando la ya familiar impresión de que el Zinemaldia es un festival que acusa falta de personalidad. No solo por su incapacidad de traer títulos con empaque (ahora mismo, nuestra gran esperanza es Claire Denis, todavía por ver), sino por la aleatoriedad que nos transmite el equilibrio del programa. Lo decíamos en nuestra previa y de momento nuestra observación parece cumplirse: San Sebastián juega a abrir muchos frentes sin rematar el compromiso con ninguno. Lo hace, además, con estrategias de imitación mal conseguida. Le cahier noir de Valeria Sarmiento parece un descarte de Locarno, Beautiful Boy una versión telefílmica (y ese sería su medio natural si no fuera por la presencia de Steve Carell y Timothée Chalamet) del indie a lo Sundance, The Innocent una cinta en cuyo cripticismo impostado se intuye (echándole imaginación) una apuesta por mezclar la crueldad y el humor negro que suele programar Karlovy Vary, o L’homme fidele una versión light del cine de Philippe Garrel. Casi todo suena, pues, a copia de baratillo, de modo que cuando emerge una cinta realmente contundente en San Sebastián parece hacerlo más por accidente que por coherencia programática. Este año, aunque ya se han manifestado títulos solventes como Rojo o El reino, seguimos a la espera.

Prólogo y crítica de Manta Ray: Miguel Muñoz Garnica.
Crítica de The black book: Jose Luis Forte.
Crítica de An elephant sitting still: Juan Roures.
Crítica de Tiempo después: Rubén Seca.

THE BLACK BOOK

Le cahier noir, Francia | Competición.

El guionista Carlos Saboga y la directora Valeria Sarmiento adaptan para el cine una obra clásica del escritor romántico portugués Camilo Castelo Branco al estilo habitual de las producciones de Paulo Branco, esto es, distancia expositiva a través de planos generales y frialdad narrativa apoyada en actuaciones zombificadas y una manera de asumir el texto ajeno marcada por cierto deje irónico. Tal es así que incluso en una breve escena de sexo no se omiten los consabidos planos de manos entrelazadas y rostros extasiados que ya nos conocemos de memoria. Y hasta aquí lo que solo podemos adivinar por pura deducción, pues lo que la película deja tras de sí Le cahier noir es algo muy distinto: la duda continua de que la posible intención no es otra cosa sino simple incapacidad cinematográfica. En parte debido a la esforzada actuación de su protagonista Lou de Laâge, que contradice lo aquí expuesto, y por otra una sucesión de planos muertos ensombrecidos por una voz en off que en realidad nos retrotrae al sobrio cine de producción histórica europeo, brillante en la arritmia y excelente en su aburrimiento. El folletín ambientado en el período histórico que nos lleva por la Francia del siglo XVIII hasta su implosión en la Revolución Francesa quizá de pie a ese supuesto alejamiento a lo intelectual del relato popular, pero su senda deriva en ridículo al no saber concretar sus pretensiones.

Asistimos pues a una sucesión de escenas mortecinas como lago de aguas estancadas donde la convención más plana y torpe se adueña de cada escena. Si en verdad esta era la intención, cabe decir que no hay forma menos imaginativa de demostrarlo. Lo más triste del espectáculo es que tampoco quedan excesivas ganas de dilucidar su razón de ser. La película se presenta enemiga de ejercitar cualquier función cerebral que no sea la de dormitar apaciblemente acompañado por unas aguadas postales de fondo. Y si la dirección no hace el esfuerzo, cabe entender que el espectador queda liberado de hacerlo por ella. No hay conversación que no recurra al plano contraplano como única vía narrativa ni plano general que no quede desvirtuado por la pereza visual. Un cine inútil al final, que ni invita a la reflexión ni apela a la emoción. Un relato que quiere alejarse de lo tradicional para acabar copiando lo que estima experimental, pero que en su resolución ni se permite soñar con lo primero ni demuestra las agallas ni el amor por el riesgo necesarios para lo segundo. 10|100

Francia – Portugal, 2018. Título original: Le cahier noir. Directora: Valeria Sarmiento. Guion: Carlos Saboga, basado en la novela de Camilo Castelo Branco. Productoras: Alfama Films y Leopardo Filmes. Música: Jorge Arriaga. Fotografía: Acácio de Almeida. Montaje: Luca Alverdi. Intérpretes: Lou de Laâge, Stanislas Merhar, Niels Schneider, Jenna Thiam, Fleur Fitoussi, David Caracol, Vasco Varela da Silva, Tiago Varela da Silva.

AN ELEPHANT SITTING STILL

大象席地而坐, Hu Bo, China | Zabaltegi.

La soledad es uno de los grandes temas del cine contemporáneo. Puede incluso que sea el tema por excelencia. Muchos directores, de hecho, se han dedicado por completo a él. Y el sudeste asiático, un universo en expansión de poderosos contrastes e inconmensurables distancias, es el principal exponente de esto. Así, muchos de los protagonistas del cine de Tsai Ming-liang, Hou Hsiao-Hsien, Wong Kar-Wai, Koreeda Hirozaku y un largo etcétera viven inmersos en sí mismos como refugio a un exterior que los ha tratado con crueldad. La primera (y, por desgracia, última) película del chino Hu Bo, que se quitó la vida poco después de rodarla, es un impresionante ejemplo de ello, arrastrándonos durante cuatro horas que sorprendentemente no se hacen nada largas a un cosmos de almas perdidas que, como su creador, parecen haber dejado de lado las ganas de vivir. Yu Zhang, Yuchang Peng, Uvin Wang, Congxi Li y compañía abordan el amplio plantel de personajes con plena naturalidad, convirtiéndose en ellos con una fuerza a la que sólo los intérpretes noveles pueden aspirar y evitando dejarse llevar por el efectismo maniqueo pese a la gravedad de los temas explorados. Como en la vida misma, cada personaje es protagonista indiscutible de su propia narrativa (muchos nunca llegan a conocerse), a través de la cual descubrimos su carácter y sus aspiraciones sin prisa pero sin pausa, desembocando el acompasado ritmo en tiempo suficiente para la reflexión pero nunca en hastío. Es más, dejando de lado sus a priori terroríficos 230 minutos de duración (que forzaron a un amplio número de espectadores a rendirse a medio camino durante su pase nocturno), nos encontramos ante una de las obras más entretenidas e inquietantes de la siempre ardua sección Zabaltegi.

La soledad, como se ha dicho, es motor de la narración, pero hay algo aún más importante que se deriva de ella: la culpa. Los personajes de An Elephant Sitting Stillse sienten culpables e, incapaces de lidiar con tan desalmado sentimiento, tratan, de formas tan cobardes como absurdamente lógicas, de pasarlo a quienes los rodean, respondiendo así a la decepción que sienten por no haber encontrado consuelo en nada ni nadie. Y es que, aunque rara vez están estos hombres y mujeres, jóvenes y no tan jóvenes, físicamente solos, casi nunca los vemos disfrutar de la compañía de otros seres humanos, quienes, a través de acoso, recriminación o deslealtad, constituyen a menudo el motivo primero de la congoja. Apenas tienen además cabida la esperanza o la redención, lo cual no resulta nada sorprendente considerando el destino que deparó al propio Hu Bo, quien enfatiza la angustia con una fotografía mortecina, una música sobrecogedora y fríos diálogos cortados in media res. Sí hay, no obstante, espacio para la curiosidad y la ilusión, únicos elementos capaces de mantener motivados a los apesadumbrados personajes, pero esto no deja de ser una ironía: todos estos están unidos por las ganas de ver con sus propios ojos un famoso elefante que, en la ciudad norteña de Manzhouli, se limita a sentarse e ignorar al mundo. Sobra decir que el animal es lo de menos, pero lo cierto es que, aun siendo apenas mencionado, está presente de principio a fin como símbolo de los misterios de la no siempre satisfactoria existencia. De hecho, aun sin verlo, el reposado, pensativo y obscuro elefante forma una poderosa imagen en nuestra mente durante toda la película, despertando un gran interés tanto por descubrirlo como por saber de qué forma cambiarán los destinos de los personajes cuando ellos mismos por fin lo hagan. 95/100.

China, 2018. Título original: Da xiang xi di er zuoaka. Dirección: Hu Bo. Guion: Hu Bo. Fotografía: Fan Chao. Reparto: Yu Zhang, Yuchang Peng, Uvin Wang, Congxi Li. Productora: Dongchun Films. Duración: 230 minutos.

MANTA RAY

Kraben rahu, Phuttiphong Aroonpheng, Tailandia | Zabaltegi.

Confesamos que se nos ha hecho imposible ver Manta Ray sin tener a Apichatpong Weerasethakul en mente. La obviedad de la comparación (un director tailandés haciendo una suerte de realismo mágico), con todo, resulta ir más allá de lo anecdótico cuando la opera prima de Aroonpheng se abre con el plano nocturno de una jungla sobre la que desfila un hombre armado con una metralleta y revestido con una guirnalda de luces de colores. Muchas cosas se prestan a la cita. La reminiscencia del soldado o la mezcla de las luces de la jungla y la iluminación artificial que pone a convivir espacios salvajes con estampas de pueblos y sus ferias nocturnas. Las imágenes de Cemetery of Splendour, sobre todo, acuden raudas a la mente. Ahora bien, moviéndose por unas coordenadas tan familiares, Aroonpheng encuentra su estilo propio aplicándole un barroquismo críptico a la fórmula. En primer lugar, el relato que propone despoja la interacción humana a lo esencial. En una zona remota, un pescador encuentra en un lodazal a un hombre herido y, tras llevarlo al hospital, lo acoge en su casa. El mutismo de este último permite construir la relación entre ambos sin diálogos, fraguándose en la acumulación de momentos compartidos. Baños en el río, una vuelta en la noria de la feria, paseos por el misterioso bosque del inicio, bailes en el hogar… Cuando el pescador desparece, el hombre mudo comienza a repetir los mismos rituales en solitario, hasta que una mujer relacionada con el espectador reaparece, y el mudo parece tomar su lugar. Manta Ray, pues, erige su relato a partir de la yuxtaposición de soledades, trazando las relaciones que de ella derivan, en su despojamiento de lenguaje, en una cuestión de continuidad evolutiva.

El filme obtiene buena parte de su cripticismo de esta ausencia casi total de diálogo sumada a la inexpresión de las motivaciones de unos personajes que simplemente llevan a cabo las acciones. Una tendencia similar a la abstracción se aplica al apartado formal, y de ahí deriva el barroquismo aplicado al estilo típico de Weerasethakul que mencionábamos. El plano de apertura de la jungla, en el que sobre la vegetación espesa se mezclan los reflejos de la luna con los de la luz artificial de colores ya adelantan un juego constante entre sendas naturalezas lumínicas. Las chillonas luces de una bola de discoteca sobre las que bailan el pescador y el mudo tienen su correspondencia directa con las gemas multicolor que aparecen de noche en la jungla encantada y en el agua que frecuentan los dos protagonistas. Aroonpheng sugiere una lectura simbólica en una línea de guion que cuenta una leyenda local sobre las rayas (que dan título a la película) y su atracción por estas gemas. Ahora bien, aun a riesgo de ser injustos con la comparación, lo cierto es que el barroquismo críptico de Manta Raytermina por hacernos echar de menos la sencillez y la manera tan intuitiva por la que Weerasethakul se mueve en terrenos similares. El gran pero que le achacamos a la película de Aroonpheng es que, en su apuesta formal, resulte mucho más admirable por su destreza que realmente magnética; que pasada la primera impresión termine por invadirnos la frialdad. 55/100

Tailandia-Francia, 2018. Título original: Kraben rahu. Director: Phuttiphong Aroonpheng. Guion: Phuttiphong Aroonpheng. Productoras: Diversion, Les Films de L'etranger. Música: Christine Ott, Mathieu Gabry. Fotografía: Nawarophaat Rungphiboonsophit. Montaje: Lee Chatametikool, Harin Paesongthai. Reparto: Wanlop Rungkamjad, Aphisit Hama, Rasmee Wayrana. Duración: 105 minutos.

TIEMPO DESPUÉS

José Luis Cuerda, España | Fuera de competición.

A punto de cumplirse los 30 años del estreno de Amanece, que no es poco, que el propio autor autoreferencia en el filme, José Luis Cuerda regresa a un terreno en el que se desenvuelve con soltura: la comedia absurda con tintes de surrealismo. Ambientada en un futuro post-apocalíptico, concretamente en el año 9177 –mil años arriba, mil años abajo como dice el mismo narrador al principio de la película-, la población española ha quedado reducida a un solo Edificio Representativo y a unas afueras cochambrosas habitadas por todos los parados y hambrientos. El orden queda alterado cuando uno de los desempleados intenta vender limonada en el Edificio Representativo, y ello amenaza con romper la estabilidad en el sistema. Con influencias del cine de Kusturica –en la escenificación de una hiperrealidad— y de Jacques Tati –en la edificación de espacios futuristas—, el director albacetense realiza un análisis muy cuerdo sobre el pasado y presente nuestro país a partir de ese futuro pronosticado. Pese a la constante sucesión gags encadenados —plegarias recitando versos del Quijote, una joven que dice ponerse muy cachonda con Hegel…—, en el interior del filme yace una reflexión crítica sobre la épica proletaria: no importan los miles de años que transcurran, el statu quo siempre vence. La revuelta de la clase trabajadora es neutralizada con suma facilidad por el poder, que se limita a dejarles entrar en el sistema para que se destruyan entre ellos; dura y diáfana conclusión sobre el estado de la Izquierda en Europa. Cuerda domina los registros del humor con solvencia y así se lo ha agradecido el respetable del Teatro Victoria Eugenia. 65/100

España, Portugal, 2018. Título original: Tiempo después. Dirección: José Luis Cuerda. Guion: José Luis Cuerda, basado en la novela del propio director. Producción: Estela Films / Pólvora Films / Lanube Películas / El Terrat / Atresmedia Cine. Música: Pau Esteve Birba. Fotografía: Pau Esteve Birba. Reparto: Blanca Suárez, Roberto Álamo, Arturo Valls, Miguel Rellán, Carlos Areces, Antonio de la Torre, Joaquín Reyes, Raúl Cimas, Berto Romero, Nerea Camacho, Secun De La Rosa, Manolo Solo, Andreu Buenafuente, Gabino Diego, Eva Hache, Miguel Herrán, Iñaki Ardanaz, María Ballesteros, Pepe Ocio, Daniel Pérez Prada, César Sarachu, Javier Bódalo, Estefanía de los Santos, Martín Caparrós, Fernando González.

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