Damaris Del Carmen Hurtado Pérez: Crítica | Glass

Superhombres de carne y hueso

Crítica ★★★★★ de «Glass», de M. Night Shyamalan.

Estados Unidos, 2019. Título original: «Glass». Director: M. Night Shyamalan. Guion: M. Night Shyamalan. Productores: Marc Bienstock, Jason Blum, Ashwin Rajan, M. Night Shyamalan. Productoras: Blumhouse Productions / Blinding Edge Pictures / Touchstone Pictures. Distribuida por Universal International Pictures (UI). Fotografía: Mike Gioulakis. Música: West Thordson. Montaje: Luke Ciarrocchi, Blu Murray. Reparto: James McAvoy, Bruce Willis, Samuel L. Jackson, Sarah Paulson, Anya Taylor-Joy, Spencer Treat Clark, Charlayne Woodard, Luke Kirby, Adam David Thompson».

19 años ha tardado M. Night Shyamalan en materializar su personalísima visión de los superhéroes de cómic en lo que al final ha sido, un todo formado por tres películas a cuál más extraordinaria. El descomunal éxito de El sexto sentido (1999), una de las películas de terror más hermosas de todos los tiempos, que trató el tema de los fantasmas desde una óptica más dramática y seria de lo habitual, nos descubrió a un cineasta único, provisto de una sensibilidad muy especial y unas señas de identidad demasiado marcadas (para bien y para mal) que, por desgracia, no siempre han sabido apreciarse. Tras las abultadas recaudaciones en taquilla y la lluvia de premios cosechadas por aquella, el director se ganó la confianza de los estudios para tener total libertad creativa a la hora de rodar la que sería otra de las grandes películas de su irregular filmografía, El protegido (2000), su primera aproximación a la fantasía superheroica. Después del excelente tándem que habían formado en El sexto sentido, Shyamalan y Bruce Willis volvieron a unir sus fuerzas para contar la historia de David Dunn, el triste guardia de seguridad cuya vida cambiaba radicalmente desde el momento en que se convertía en el único superviviente de un accidente de tren. De hecho, el hombre salía ileso, como si de un milagro se tratase, algo que acaparaba el interés de otro personaje, Elijah Price (Samuel L. Jackson), un hombre condenado a sufrir una existencia marcada por el dolor físico, ya que padecía una enfermedad degenerativa en los huesos que hacía que estos se rompiesen con la facilidad del cristal. Price, un apasionado de los cómics, estaba seguro de que Dunn era uno de esos superhéroes que poblaban las viñetas en las que se evadía de la realidad desde su más tierna infancia, que representaría todo lo opuesto a lo que es él, alguien con facultades sobrehumanas, fuerte e inquebrantable, destinado a salvar a los demás. Esta cinta llegó a las salas de cine el mismo año que la primera entrega de X-Men (Bryan Singer, 2000), una obra que sí ejemplifica todo aquello que es una aventura de superhéroes al uso y que sería de las que abrieron la veda para que este subgénero se convirtiese en lo que es hoy, una de las mayores fuentes de ingresos para las productoras. Por eso, El protegido tuvo poco de oportunismo, ya que surgió en una época en la que aún no teníamos Vengadores o Ligas de la Justicia que compitiesen por el monopolio, y, además, tocaba el tema desde un prisma muy diferente, más terrenal y minimalista, presentando a sus personajes como inadaptados de la sociedad que tratan de encontrar un sentido a sus grises vidas.

No del todo comprendido en su momento, el filme fue ganándose, con los años, la categoría de título de culto, pero Shyamalan tardaría 16 años en subir el segundo peldaño en su trilogía. Múltiple (2016) fue posible gracias al inesperado éxito de una pequeña comedia de terror como La visita (2015), que había reconciliado al cineasta con crítica y público después de una serie de severos tropiezos. En aquella ocasión, el protagonista fue Kevin Wendell Crumb (un James McAvoy que se lució en un recital interpretativo de los que hacen historia), un joven que, tras sufrir abusos en su infancia, fue diagnosticado de trastorno de identidad disociativo, llegando a albergar en su interior hasta veintitrés personalidades diferentes que luchan por emerger, siendo la más peligrosa, la conocida como “La Bestia”. En esta entrega, más cercana al género de terror psicológico, el personaje de Kevin secuestraba a tres adolescentes, entre ellas Casey (Anya Taylor-Joy), una chica que también conoce lo que son los abusos en el núcleo familiar y que, de una extraña manera, se identifica con la atormentada mente de su verdugo, con el que comienza un peligroso juego mental en el que el objetivo sería salir con vida de su cautiverio. El desenlace de la película, además de ser fiel a esa tradición del realizador por entregar una vuelta de tuerca en el último momento, descubría su secreto mejor guardado, que no era otro que su condición de tardía secuela de El protegido, con la que enlazaba a través de un fugaz cameo de Dunn. El filme fue todo un triunfo, demostrando que Shyamalan volvía a estar en plena forma, así que no ha tenido que esperar demasiado tiempo para culminar su obra más ambiciosa con esta Glass (2019) que pone punto final a la trilogía. Teniendo en cuenta que El protegido y Múltiple son dos obras completamente distintas entre sí, sería un error asistir al visionado de la nueva entrega con cualquier tipo de expectativa preconcebida. Shyamalan es un creador en constante evolución, que se reinventa en cada nueva película y que esquiva caer en lo previsible. La clave en no salir decepcionado con Glass (e incluso acabar enamorado de ella) está en aparcar cualquier tipo de prejuicio a un lado, abrir la mente y dejarse embaucar por la maestría como prestidigitador de su director. Nos encontramos ante la culminación de una gran historia, dividida en tres películas y protagonizadas por tres personajes perfectamente dibujados, con sus luces y sombras, cuya cronología sigue a rajatabla las reglas de los cómics. Si en El protegido se nos presentó el origen de aquel superhéroe que le brindó a Willis una de las mejores interpretaciones de su carrera, Múltiple hizo lo propio con un supervillano a la altura, La Bestia.




«Es una propuesta valiente y arriesgada como pocas, ya que ofrece todo lo contrario que se espera del último acto de una saga superheróica. Tiene un ritmo pausado, pasajes que se alargan más de lo conveniente en un producto que busque el simple entretenimiento, se da prioridad a la psicología de sus personajes y a las motivaciones sobre la acción física».


Así las cosas, Glass, que esta vez (como el propio título indica) centra su mirada en el tercer vértice del triángulo, el muy inteligente y maquinador Elijah, supondría esa esperada confrontación final entre el Bien y el Mal que los seguidores de la saga pedían a gritos. Y, como era de esperar, no es un tipo de duelo espectacular y pirotécnico a lo Infinity War lo que acaba ofreciendo. Por el contrario, es muchísimo más. El guion de Shyamalan encierra a sus tres criaturas, tres pobres diablos maltratados por la vida y rechazados por la sociedad, en una especie de hospital psiquiátrico de máxima seguridad en el que una doctora (excelente Sarah Paulson) trata de convencerles de que esas facultades extraordinarias que creen tener son fruto de su imaginación, al estar afectados por una patología conocida como “síndrome del superhéroe”. Como era de esperar, James McAvoy es quien se lleva el mayor número de escenas de lucimiento, realizando un nuevo alarde de destreza camaleónica, ya que, en cuestión de segundos, van desfilando por su rostro (y su voz) todo tipo de identidades, a cuál más perturbadora. Es un placer recuperar a un Bruce Willis pletórico después de años despilfarrando su talento en cintas de acción de baja estofa y lo cierto es que, pese a que su rol es el más silencioso y taciturno, sale victorioso a la hora de no desaparecer de escena ante la presencia de dos pesos pesados como McAvoy y Samuel L. Jackson. Este último, que no pronuncia ni una palabra durante todo el primer acto y se limita a permanecer sentado en una silla de ruedas con la mirada perdida, termina adueñándose de la función en una actuación sobresaliente. En definitiva, el choque de los tres actores es, sencillamente, electrizante. Glass no es, desde luego, una cinta destinada a contentar a todo tipo de público pero sí es una obra que delata la madurez alcanzada por su director después de dos décadas de entrega al cine fantástico. Es una propuesta valiente y arriesgada como pocas, ya que ofrece todo lo contrario que se espera del último acto de una saga superheróica. Tiene un ritmo pausado, pasajes que se alargan más de lo conveniente en un producto que busque el simple entretenimiento, se da prioridad a la psicología de sus personajes y a las motivaciones que les llevan a actuar del modo en que lo hacen, sobre la acción física (las escenas de pelea, además, están rodadas de modo poco convencional, empleando recursos como la cámara subjetiva o el fuera de campo), y los efectos especiales están al servicio de la historia y, en ningún momento, le restan protagonismo.



«Un punto y final tan imprevisible como apoteósico que demuestra hasta qué punto se ha mantenido fiel a su esencia y ha eludido las tentaciones de caer en tópicos del cine más comercial. Puede que estemos ante uno de los títulos más incomprendidos del año, una obra magistral, hermosísima incluso con sus imperfecciones, que desborda auténtico amor por los cómics en cada fotograma».


Shyamalan sabe cómo y dónde colocar la cámara para lograr los encuadres más estilizados, por lo que Glass es, en su acabado visual, un trabajo virtuoso, acompañado por una portentosa banda sonora de West Thordson que consigue la hazaña de subrayar la épica del relato, especialmente durante ese dilatado clímax final en el que múltiples emociones se adueñan de la pantalla. El guion, además de mantener una gran lógica interna que la emparenta a la perfección con los dos capítulos anteriores, acierta en el modo en que da dimensión incluso a personajes tan secundarios como los enfermeros encarnados por Luke Kirby y Adam David Thompson –atención al momento de tensión homoerótica de este último con McAvoy–, unos roles que, en otras manos, habrían pasado mucho más desapercibidos, brindando, además, la oportunidad a Spencer Treat Clark (repitiendo su rol de hijo de Dunn de El protegido), Charlayne Woodard (metida en la piel de la madre de Mr. Glass) y Anya Taylor-Joy para que dejen su huella en la historia gracias a lo decisivas que acaban revelándose sus aportaciones desde el terreno dramático. Especialmente conmovedor resulta el vínculo afectivo y sentimental que el personaje de Casey desarrolla con Kevin y que propicia alguno de los instantes más sobrecogedores de una película que cuenta con uno de los mejores giros de guion “de última hora” de toda la trayectoria de su realizador. Sin duda, un punto y final tan imprevisible como apoteósico que demuestra hasta qué punto se ha mantenido fiel a su esencia y ha eludido las tentaciones de caer en tópicos del cine más comercial. Puede que estemos ante uno de los títulos más incomprendidos del año, una obra magistral, hermosísima incluso con sus imperfecciones, que desborda auténtico amor por los cómics en cada fotograma. Una rara avis de un género necesitado de este tipo de revulsivos para acabar con la monotonía en la que está cayendo, y que nos enseña, mejor que ninguna otra aventura superheroica, que la línea que separa al héroe del villano es, en ocasiones, casi imperceptible. Al igual que el Magneto de X-Men, Mr. Glass es consciente de que su condición de “diferente” (al igual que las de sus compañeros de encierro) le convierte en objetivo para ser aniquilado por una sociedad que teme a lo que no conoce. Los personajes salidos de la imaginación de Shyamalan no son tan cool como Thor o el Capitán América, ni tienen el sentido del humor de Iron Man. Tampoco los escenarios en los que batallan son urbes o planetas espectaculares, sino que se mueven a través de las grises calles de Filadelfia. Son seres atormentados que no han elegido ser como son y que tratan de sobrevivir a sus circunstancias como mejor pueden. Y a ellos, héroes y villanos (se palpa en el guion que Shyamalan les ama por igual), rinde sincero homenaje este maravilloso capítulo final de una trilogía redonda. | ★★★★★ |


José Martín León
© Revista EAM / Madrid


Glass se ha estrenado en España el 18 de enero de 2019 distribuida por Walt Disney Pictures Spain.





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