Damaris Del Carmen Hurtado Pérez: Animales Fantásticos: Los crímenes de Grindewald

Nos acercamos a la Navidad y la magia hace su presencia en salas dos años después de que el universo de Harry Potter reviviese con Animales Fantásticos. Si esa primera entrega sirvió para presentar a un protagonista huidizo y tímido, a un nuevo villano y a una suerte de “elegido” que busca su lugar en el mundo, esta segunda parte ejerce de antesala de lo que debería ser, al fin, la mandanga de esta franquicia. Los crímenes de Grindewald es, de algún modo, el calentamiento de un partido que está por jugar y, como cualquier calentamiento, adolece de épica argumental, algo que David Yates y J.K. Rowling intentan compensar con puntuales y algo rebuscados momentos de acción que apuntalen el verdadero soporte de esta película, la expectación.

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La película arranca con una escena brutal, la mejor de la película, en la que Grindewald escapa para armar los mimbres de su rebelión. Una rebelión construida poco a poco en base a una dialéctica más seductora que autoritaria, trazándose un vínculo directo con los albores de la Segunda Guerra Mundial. Pero no sólo eso, se hace un paralelismo bastante claro con el momento político actual y el difícil equilibro entre frenar el fascismo y ser fiel a unas normas que los fascistas más inteligentes saben serpentear y jugar a su favor.

Teniendo claro ese retrato de la maldad, el totalitarismo y las contradicciones que acarrea su lucha, la película parece perderse en todo lo demás. Un reparto demasiado coral y un relato repleto de subtramas sobre el pasado de los personajes se enredan en las ruedas de Los crímenes de Grindewald. El propio Newt Scamander va a rebufo de los acontecimientos, algo que tiene cierto sentido en tanto que es alguien que quiere mantenerse neutral hasta que le es imposible seguir esquivando el conflicto, pero que a su vez quita fuerza a su objetivo durante toda la película, que, sinceramente, resulta muy difuso, al igual que sucedía en la primera entrega.

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Las dos películas parecen sufrir las consecuencias de tener a un director muy competente, pero quizás agotado, como David Yates, que lleva nada menos que seis pelis potterianas; y, sobre todo, a una J.K. Rowling que, por mucho que sea la dueña y señora de este universo, no es una guionista con tablas. Una novela permite muchas ramificaciones, paréntesis y, en definitiva, libertad narrativa, una película de este tipo pide en relato más enfocado, más acción y menos exposición. Más allá de ofrecer un arranque excelente y un clímax notable, el resto es un poco cajón de sastre.

Con todo, la Los crímenes de Grindewald cumple con los mínimos que un fan espera de esta saga, sabe trufar la historia con suficiente “confeti mágico” como para que parezca que sucede más de lo que en realidad pasa, aprovecha el magnetismo de varios de sus personajes y actores, en especial el propio Grindewald y el joven Albus Dumbledore (aunque sea más secundario de lo esperado), y deja ya el terreno listo para que el conflicto arranque definitivamente (que después de dos pelis de pseudo-prólogo, ya toca).



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