Damaris Del Carmen Hurtado Pérez: Crítica | La sombra del pasado

Fascinación pictórica y genealógica

Crítica ★★★ de «La sombra del pasado», de Florian Henckel von Donnersmarck.

Alemania e Italia, 2018. Presentación: Festival de Venecia 2018. Título original: «Werk ohne Autor». Dirección: Florian Henckel von Donnersmarck. Guion: Florian Henckel von Donnersmarck. Productoras: Pergamon Film / Wiedemann & Berg Filmproduktion / Beta Cinema / ARD Degeto Film / Bayerischer Rundfunk. Fotografía: Caleb Deschanel. Montaje: Patricia Rommel y Patrick Sanchez Smith. Música: Max Richter. Diseño de producción: Silke Buhr. Dirección artística: Theresia Anna Ficus y Markus Nordemann. Decorados: Julia Roeske. Vestuario: Gabriele Binder. Reparto: Tom Schilling, Sebastian Koch, Paula Beer, Saskia Rosendahl, Oliver Masucci, Cai Cohrs, Ina Weisse, Evgeniy Sidikhin, Hanno Koffler. Duración: 188 minutos.

El advenimiento del nazismo, el desarrollo de la Segunda Guerra Mundial y la posterior constitución de dos bloques que dividirían Europa por el llamado telón de acero afectaron a miles de personas, incluidos familiares o amigos, separadas por la ideología, la guerra o la geografía. El carácter radical de estos acontecimientos y su cercanía espaciotemporal han propiciado relatos personales de los que quizá más que en ningún otro supuesto puede predicarse esa frase hecha de que la realidad supera a la ficción. En cualquier caso el cine se ha hecho eco de aquellos, aprovechando ese material dramático para recuperar las biografías, más o menos verídicas, de vidas auténticamente novelescas, por sus conflictos, su evolución y sus giros. Sin duda una de ellas sería la de Gerhard Richter, artista, sobre todo pintor, nacido en 1932 que durante su infancia fue testigo de los citados acontecimientos ocurridos en Alemania, incluidos la afiliación al partido nazi de su padre, la muerte en combate de su tío y, hecho que constituye la premisa de La sombra del pasado, la muerte de su tía a consecuencia del programa de purificación diseñado por los nazis para sacrificar a los enfermos mentales o discapacitados físicos. La nueva película de Florian Henckel von Donnersmarck, cineasta cuya reputación deriva de su ópera prima La vida de los otros (Das Leben der Anderen, 2006), vuelve entonces a mezclar ficción y realidad en un relato que insiste en las huellas del pasado más reconocible de su país. Y en concreto se fija para ello en un personaje claramente inspirado en el citado Richter, no solo por sus primeros años y ascendencia sino por su profesión adulta e incluso por el giro central de la trama, de manera que un repaso a la biografía que sirve de fuente al libreto le quita algo de suspense a su meollo.

Reconocer este dato procede para adelantar una cierta contradicción que recorre toda la cinta aquí reseñada, enmarcada claramente y sin tapujos en el género del melodrama de época. Y es que este, por su influencia folletinesca, se basa en una sucesión de hitos cuya verdad nos permite acercarnos más a la Historia y cuya creación permite insistir en el drama humano, a menudo ignorado por la historiografía. Sin embargo, en La sombra del pasado von Donnersmarck insiste en lo segundo, partiendo de un guion original cuyos personajes, más allá de sus inspiraciones, siguen libremente la pluma de su creador, pero cuyo desenlace busca únicamente recoger el sello de la Historia, tanto por la forma en que se visualiza el giro final como por el epílogo donde se deja de lado al menos en parte cierta individualidad a favor de la construcción más objetiva, incluida una forzada simetría narrativa. No por casualidad el título original de la película se traduce como “obra sin autor”, pues una vez planteado el afán creador, su resultado se desconecta del mismo para insertarse en los archivos o exponerse ante el público. En realidad, esta constatación llevaría a superar la contradicción inicial a la que nos referíamos, ya que von Donnersmarck es consciente de ella, como revela el citado título. Aunque no siempre alcanza el citado equilibrio, pues hay partes del metraje de más de tres horas que insisten demasiado en una de sus dos dimensiones en perjuicio de la otra (véase por ejemplo la llegada del protagonista a la academia de Düsseldorf), el producto final tiene el mérito de confiar en el conocimiento del espectador, relativo al susodicho contexto histórico, para prescindir de datos adicionales que vayan más allá del marco muy claro que el guionista y director establece entre el inicio y el fin de la historia (que no Historia).

«El carisma de los intérpretes, el cuidado de la recreación, la cadencia del montaje y otros elementos estéticos sortean en todo momento el aburrimiento y nos sumergen con tanta paciencia como energía en lo que se nos cuenta».


Hecho este comentario, procede detallar la dimensión que más nos interesa aquí, la dramática, centrada en el amor entre el referido artista y la hija de un antiguo jerarca nazi (Sebastian Koch). Una vez acabada la guerra este ginecólogo oculta su pasado con la complicidad de un comandante ruso, por ayudar a llevar a buen término el embarazo de su mujer, y tras ser desplazado su protector no tiene luego reparos en huir a la parte oeste del continente. Busca pues sobrevivir a toda costa aunque sin renunciar a los principios que le valieron la ascensión en tiempos del Tercer Reich, y por ello provoca antes el aborto de su hija embarazada de su novio. Con ello confía en quebrar esa relación a la que se opone, y aunque esta se nos presenta con gran detenimiento, siendo uno de los puntos álgidos de la película el que nos muestra la química de esta pareja (a cargo de Tom Schilling y Paula Beer), al final la misma curiosamente carece de puntos de desencuentro y crisis que superar. La duración del relato permite asentar sus sucesivos actos para que adquieran el poso necesario, y así no sean necesarios los frecuentes flashbacks o recuerdos para que, en un momento posterior del metraje, el espectador identifique los momentos que entonces se recuperan para llegar a su conclusión o catarsis (véase esencialmente el desenlace sobre el dato inicial que ya conocíamos, y es que el suegro del protagonista fue el responsable de la muerte de su tía). Sin embargo al mismo tiempo esto se hace a costa de una verdadera evolución, como atestigua el ejemplo de la relación de pareja que hemos puesto y que al fin y al cabo es el núcleo central de la trama, lo cual es sorprendente dada la voluntad abarcadora, podríamos decir incluso que épica, de la narración. El carisma de los intérpretes, el cuidado de la recreación, la cadencia del montaje y otros elementos estéticos sortean en todo momento el aburrimiento y nos sumergen con tanta paciencia como energía en lo que se nos cuenta. Todo está en efecto narrado con oficio, sin dejar cabos sueltos y sin irregularidades técnicas, probablemente porque a von Donnersmarck se le ha concedido todo el tiempo necesario para transmitirnos esta historia. Pero no lo aprovecha del todo para ahondar en sus ramificaciones, deteniéndose quizá en exceso en partes concretas de una vida cuyo paso de las décadas apenas se percibe, y cuya trascendencia queda circunscrita en los paradójicos límites del filme | ★★★


Ignacio Navarro
© Revista EAM / Madrid






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