Damaris Del Carmen Hurtado Pérez: Especial Seminci 2020 (III): Minari / Mogul Mowgli / Mainstream / Gaza mon amour / Nowhere Special / There is no evil / The Wasteland


SEMINCI 2020: Parte III

Crónicas de la 65ª edición de la Semana Internacional de Cine de Valladolid.

Jornadas del 28 y 29 de octubre:
Minari (Sección Oficial).
Mogul Mowgli (Punto de Encuentro).
Mainstream (Punto de Encuentro).
Gaza mon amour (Sección Oficial).
Nowhere Special (Sección Oficial).
There Is No Evil (Sección Oficial).
The Wasteland (Sección Oficial).

Con Minari (Lee Isaac Chung, 2020) alcanzamos el punto álgido de esta Sección Oficial, que ya nos había ofrecido dos trabajos portentosos: Preparativos para estar juntos un período de tiempo desconocido (Felkészülés meghatározatlan ideig tartó együttlétre, Lili Horvát, 2020) y The Disciple (Chaitanya Tamhane, 2020). La triunfadora del último Festival de Sundance, relato sobre las vicisitudes de una joven familia coreana en la Arkansas rural de los 80, posee evidentes tintes autobiográficos. Tal vez por eso sorprenda aún más el hecho de que nos hallemos ante una epopeya de tintes fordianos, que narra, sin desatender ninguna perspectiva, la lucha por domesticar un territorio virgen. Como ha sucedido siempre en América, la épica pertenece a los emigrantes. El choque entre las expectativas y la dura realidad, la fina línea entre vivir y sobrevivir, y la unidad familiar como pilar fundacional de la comunidad brotan con naturalidad en composiciones perfectas y líneas de diálogo donde no sobra una sola palabra. Al fulgor melancólico de las imágenes, mérito en parte del director de fotografía Lachlan Milne, se le suma una evocativa partitura de Emile Mosseri, acaso su mejor obra hasta la fecha. Por si todo ello fuera poco, Chung recupera a un tipo de personaje expulsado años atrás del cine americano: Will Patton se pone bajo la piel de uno de esos secundarios, tan habituales en las películas de John Ford, que otorgaban una pátina de comicidad al filme a la vez que ahondaban en la dimensión moral y espiritual del mismo.

Por senderos biográficos discurre asimismo Mogul Mowgli (Bassam Tariq, 2020), una de esas piezas de audiovisual tan sobrecargadas de recursos y tonos que, sin que uno termine de entender bien cómo, se salvan de la catástrofe. Se suceden en aparente caos escenas de corte naturalista, brotes oníricos, recitaciones coránicas, fragmentos cercanos al videoclip, bufonadas sin complejos y flashbacks que confunden presente y pasado, memoria y conjetura. Todo ello, al servicio de una búsqueda identitaria, la del rapero de origen indio Zed —inspirado en el actor central y coguionista de la cinta, Riz Ahmed—, para quien el diagnóstico de una enfermedad autoinmune cobrará un peso extrañamente poético: su cuerpo, que no se reconoce, se está autodestruyendo. La supervivencia pasa necesariamente por una transformación radical, que conllevará asumir sus fracasos, rebelarse contra la cómoda percepción de sus raíces, y repensar sus convicciones en relación al hogar, la raza, la espiritualidad y la cultura. Con el espectro de Toba Tek Singh cerniéndose, cada vez más, sobre Zed, Mogul Mowgli acaba erigiéndose un debut arrebatado, que convence a fuerza de pasión. Quizás se le pueda recriminar que no resuelva, ni en términos argumentales ni conceptuales, ninguna de las numerosas cuestiones que plantea. Pero su mérito se encuentra, precisamente, en la capacidad de plantear dichas problemáticas.

Minari, Lee Isaac Chung.
Mogul Mowgli, Bassam Tariq.


Si el epicentro de Palo Alto (Gia Coppola, 2013) era la adolescencia de una generación echada a perder, Mainstream (2020) está protagonizada por tres young adults que se abren paso como creadores de contenido en YouTube. Durante los compases iniciales, Coppola nos hace creer que estamos ante el cuento de hadas de Frankie, una soñadora fuera de su tiempo —el uso de los rótulos de cine mudo resulta verdaderamente perverso—, que encontrará un modo de reencauzar sus inquietudes creativas gracias al excéntrico Link. Nada más lejos: los chicos no tardarán en revelar su sombría obsesión por el like y el feedback ajeno. La cineasta pone en su punto de mira actividades artísticas que, cercanas en apariencia a la acción situacionista, quedan desactivadas automáticamente por su carácter promocional. La omnipresencia de Hollywood nos da una pista del auténtico trasfondo: Mainstream no habla solo de YouTube, sino de la imposibilidad de ser subversivo en una industria cultural que aboca al artista a convertirse en un eslogan de sí mismo. Apoyada en la labor de un impresionante e histriónico Andrew Garfield, Mainstream se mantiene en pie gracias a un brioso manejo de códigos audiovisuales 2.0 —tal vez anticuados, dirán algunos, pero a nuestro parecer válidos para hablar de los rasgos de una época— y pese a un aspecto muy cuestionable: Coppola, como Frankie, cae en la trampa de Link, y descuida en el desenlace la escritura de su heroína.

El debut en el largometraje de los hermanos Mohammed y Ahmad Abou Nasser, Gaza mon amour (2020), se presta a ser menospreciado por su vocación de comedia romántica popular, sencilla y sin aspavientos. Pero además de tratarse de una película de enredos bastante divertida, en Gaza mon amour reside una de las lecturas recientes más escépticas y tristes a propósito de la situación de la castigada región. El descubrimiento imprevisto de una estatua del dios Apolo despierta, a la par, la sexualidad adormecida de un viejo pescador y la avaricia de un gobierno que ha sacrificado la identidad cultural del pueblo en el altar de las falsas promesas. Ante todo, Gaza mon amour es el homenaje a una generación —representada por unos magníficos Hiam Abbass y Salim Dau— que ya no puede permitirse creer en iniciativas políticas. Apenas puede ayudarlos a huir la memoria de otros tiempos o las fantasías amorosas televisivas. Sin embargo, como cantaba Franco Battiato, «la estación de los amores viene y va», y la madurez de ambos no les impedirá que obtengan una inesperada oportunidad de ser felices, pese a todo. Los Nasser trufan de apuntes sociales —y casi diríamos que sociológicos— un cuento encantador que, en sus constantes apelaciones a la fantasía, no deja de recordarnos amargamente que solo la ficción puede permitirnos escapar fugazmente de la desgracia.

De There Is No Evil (2020), del iraní Mohammad Rasoulof, no nos ha extrañado en absoluto su adscripción a registros narrativos previamente explotados por el cine comercial, así como los mecanismos de género que articulan algunos de los relatos. El laureado director de Un hombre íntegro (Lerd, 2017), que cumple actualmente pena de prisión por el contenido «amenazador» de varias de sus películas, ya había flirteado previamente con resortes propios del thriller. En su última producción hasta la fecha, compuesta por cuatro historias, la pena de muerte es ante todo un punto de partida reflexivo para dilucidar las implicaciones políticas e incluso existenciales de la sumisión y la rebeldía. Si bien There Is No Evil posee detalles de interés en su modo de explorar la cuestión, y cada uno de los segmentos está resuelto con gran solvencia formal, no encontramos en ella valores que justifiquen el entusiasmo con el que fue acogida en Berlín —y aun diríamos que en la propia Seminci. Concluido el metraje, uno siente que ha estado ante un circo de tres pistas y que todo ha funcionado con precisión, pero no mucho más. No ayuda el hecho de que el suspense que conduce cada episodio se base, de manera evidente, en que nos aguarda al final un twist imprevisto, ni tampoco lo discursivos que llegan a ser los diálogos.

Mainstream, Gia Coppola.
Gaza mon amour, Mohammed y Ahmad Abou Nasser.
There is no evil, Mohammad Rasoulof.




En una misma película, Uberto Pasolini nos demuestra que es capaz de lo mejor y de lo peor. Nowhere Special (2020) manifiesta concienzudamente su voluntad de escapar de lo melodramático. Un padre joven al que le quedan unos meses de vida intenta encontrar una familia que adopte a su hijo de tres años cuando él ya no esté. Sus reuniones con los diferentes candidatos nos ofrecen estimulantes apuntes en torno a la realidad social inglesa. Al otro lado de los cristales que limpia para ganarse el pan, o de los vidrios de su coche, John ve todo aquello que podría haber sido pero que, finalmente, jamás tendrá lugar. En sus instantes más logrados, aplaudimos el esfuerzo de Pasolini por evitar humillar a sus personajes para resarcimiento catártico de la audiencia: la escena en que John quiere subir, en vano, una escalera, es conmovedora por cómo la austeridad de planificación y montaje se corresponden con el estoicismo del héroe. Paradójicamente, y aunque sortee con esmero la sensiblería, Nowhere Special calcula demasiado sus golpes de efecto; no es, en el fondo, menos manipuladora que cualquiera de esas producciones de las que pretende distanciarse.

Más visible y obvio aún es el andamiaje de la ópera prima de Ahmad Bahrami, The Wasteland (Dashte Khamoush, 2020). En una fábrica de ladrillos iraní, habitada por sus empleados, se despliega un filme coral acerca a las relaciones dentro de un entorno solipsista y despiadado. Bahrami apuesta por incidir en una multiplicidad de miradas, dando cuenta de distintas modalidades de experiencia humana. En los minutos postreros, The Wasteland se halla próxima a ser una película de fantasmas, merced a su idea de la derrota metafísica. Valores apreciables en un largo fallido, impostado, que parece fruto de la lectura de un manual para rodar cine de prestigio. No faltan ni uno de esos elementos que, en determinados circuitos de festivales, parecen esenciales si uno quiere simular que ha firmado una obra maestra: blanco y negro límpido, formato de pantalla 1:1, tomas dilatadísimas, travellings de exagerada languidez, uso preciosista de la iluminación... La obvia tentativa de invocar Sátántangó (Béla Tarr, 1994) le da un aura casi de «autorada» fan made, que no es capaz de encubrir su vulgaridad: recomendamos prestar especial atención al uso de imagen, sonido y música extradiegética en los tres planos que cierran The Wasteland.


Ignacio Pablo Rico Guastavino |
© Revista EAM / Madrid


Nowhere Special, Uberto Pasolini.
The Wasteland, Ahmad Bahrami.



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