Damaris Del Carmen Hurtado Pérez: «La ceremonia del té», por Sara Bautista Espinel
La ceremonia del té
Ensayo de Sara Bautista Espinel, directora y productora | 🇲🇽 Ciudad de México..
Primavera en el hogar.
No hay nada
y sin embargo hay de todo.
(Masaoka Shiki, 1867-1902)
No hay nada
y sin embargo hay de todo.
(Masaoka Shiki, 1867-1902)
Periódicos de todo el mundo publicando diez, veinte, cincuenta actividades para hacer durante la cuarentena por el coronavirus; cientos de artistas organizando conciertos o puestas en escena desde sus casas; museos, festivales de cine, empresas productoras y plataformas liberando sus contenidos sin restricciones geoestacionarias. «150 libros escritos por mujeres para descargar gratis», «los clásicos del cine que siempre has querido ver reunidos en un mismo archivo», «las películas más importantes de la historia del cine organizadas por director», «1000 recetas vegetarianas para hacer en casa», decenas de publicaciones con listas viajan por las redes sociales acompañadas de un #MeQuedoEnCasa. La pandemia del Covid-19 abrió las puertas a una gran oferta de contenidos, para que, desde cualquier rincón del mundo, las personas se sientan acompañadas durante el aislamiento social.
Actualmente, en que los caminos posibles para transitar son aquellos que ofrece el tráfico virtual, resuenan las palabras del periodista polaco Ryszard Kapuściński (2002) cuando se refiere al cambio de paradigma social del siglo XX que implica reconocer «que cada uno de nosotros es un ser humano que está conectado con otros seres humanos, tenemos que imaginarnos a nosotros mismos como figuras dotadas de muchísimos hilos y vínculos que van en todas las direcciones» (p.43). El Covid-19 hizo evidente la interconectividad del mundo globalizado, las fallas estructurales que cobijan tanto a países del primer como del tercer mundo y, frente al computador, parece que asistimos a una gran revolución de la que todos somos parte. Bajo este marco, ¿Qué posición debe asumir el cine documental?
El coronavirus está demostrando que las pandemias tienen agencia social ya que actúan como catalizadoras de cambios científicos, económicos y culturales. Al día de hoy no hay respuestas precisas de cuándo se reabrirán fronteras, o en qué momento volverán los estudiantes a los planteles, y se propaga la idea de una segunda oleada de contagios a nivel mundial. Bajo la sombrilla de la incertidumbre, es fácil temer que las relaciones interpersonales y la noción de compartir espacios con otros, no vuelva a ser la misma. Los medios de comunicación nos han dicho que libramos una guerra con un enemigo invisible, un mal que está al tacto de cualquier superficie, en el cuerpo del otro o, peor aún, que está en el aire. La historiadora colombiana Diana Uribe (2020) afirma que las posguerras pueden ser igual de traumáticas y dolorosas que las guerras mismas e invita a recordar que «sólo son nuestros cuerpos los que padecen el encierro, no nuestras mentes», como alentándonos a ver en la coyuntura un espacio para la reflexión personal, la construcción colectiva y la indagación del actuar privado en lo público. Asimismo, resuenan las palabras del cineasta David Lynch afirmando que «la distorsión, o la enfermedad, o la anormalidad logran que algunas veces se active algo en el cerebro. Es realmente interesante. Te permite apreciar lo humano de manera distinta». Teniendo en cuenta que la naturaleza y lo humano son la materia prima del cine, los documentalistas debemos aprovechar el momento histórico para observar, escuchar, analizar e interpretar el entorno. No sólo desde la posición del científico social, también es preciso hacerlo desde el lugar del cuerpo que está siendo atravesado por un fenómeno que implica a otros cuerpos. El cine es un ejercicio de creación colectiva por lo que, ante la situación del Covid-19, se deben activar protocolos de seguridad, generar espacios de confianza y, ante todo, repensar la relación con el otro. La pandemia y el aislamiento social como una puerta y una ventana abierta para que el cine documental se piense a sí mismo.
El escritor inglés John Berger, en un conversatorio realizado de manera conjunta con Ryszard Kapuściński en 1994, expresa que la diferencia entre informar sobre un tema y contar una historia acerca de ese tema, es la forma de narrar. Las historias le suceden a los cuerpos y dan cuenta del lugar de enunciación del escritor. Para él, el rol del narrador es el del portador que transfiere una experiencia de vida de un punto a otro ya que «la experiencia le [es] transmitida al narrador, al escritor y, luego, a través de la atención del lector, vuelve a la vida» (p.104). Considerar los relatos, en este caso la realización de documentales, como vivencias que nutren las experiencias de vida de otros, como un círculo y un diálogo constante; implica que el documentalista construya una voz propia, empática y activa que participa y se retroalimenta del otro.
A la lista de actividades por hacer durante la cuarentena, se suman una serie de iniciativas que convocan a realizadores audiovisuales a retratar cómo se vive el aislamiento social, mientras que otros deciden tomarse las calles para reflejar los problemas socioculturales que salen a flote con la crisis sanitaria. Hay un interés común en los medios audiovisuales de registrar el minuto a minuto y la atmósfera del único hecho que ha logrado paralizar al mundo en los últimos años. Aunque es indiscutible la importancia del registro mediático en la construcción de memoria colectiva, a la labor testimonial y periodística, debe proseguirla una reflexión sobre los alcances sociopolíticos, las repercusiones culturales, las implicaciones económicas y el devenir de los acontecimientos, alrededor del Covid-19. El ciclo vital que enuncia Berger se completaría cuando la indagación del actuar privado en lo público, posibilite que el documentalista narre una historia y no sólo informe sobre un hecho.
No obstante, me cuestiono si el afán por documentar el aislamiento social está ligado a la demanda de convocatorias que se han abierto en el mundo alrededor de este tema, o por la ola de productividad que pretende abrazarnos por estos días. Listas de recetas que no alcanzaremos a preparar; libros que no podremos terminar de leer o que simplemente no leeremos; películas que estarán en la nube aunque no alcance el tiempo para verlas todas. Coleccionamos enlaces de internet para combatir la monotonía durante una época que nos invita a viajar hacia adentro antes de volver a salir.
Muchos afirman que desde ahora nada volverá a ser como antes, en caso de que así sea, ¿cómo se relacionarán los cineastas con sus personajes? ¿cómo plantear un ejercicio colectivo sino es posible estar en conjunto? Son preguntas sin respuestas que resuenan en mí. En estos días en que el distanciamiento social se impone como el único antídoto para detener la propagación del virus, parece necesario hacer del distanciamiento poesía. En la cultura japonesa existe un concepto que no tiene traducción directa al español, el ma. El ma separa o vincula dos mundos opuestos, se considera un tránsito entre un estado mental y otro durante la ceremonia del té. Es entendido también, como una pausa en el tiempo o un vacío en el espacio cargado de sentido. El bailarín y coreógrafo colombiano Álvaro Restrepo (2020), define el ma en las artes de la siguiente manera:
En música, es el silencio entre las notas y los sonidos; en arquitectura, el espacio entre las columnas; en pintura, el vacío alrededor de la figura; en la poesía, lo que no se dice o que se dice entrelíneas, lo tácito, lo que está implícito; en la conversación, es el intervalo entre las ideas y las palabras; en el teatro, las pausas dramáticas entre los parlamentos; en la danza, la preparación antes del movimiento.
John Berger (2002) explica que el silencio «representa el instrumento principal para establecer la complicidad con el oyente o el lector» (p.122), a lo que Kapuściński agrega que «el silencio en el texto se deja a la improvisación, al modo que leemos, a cómo lo interpretamos» (p.123). Se puede decir entonces que, en el arte de contar historias, el silencio es un ma. En el caso del cine documental afirmaría que el ma es el espacio de escucha que se establece entre el director y sus personajes, el cual se expande hasta convertirse en el espacio de escucha colectiva entre la película y los espectadores; tal como una onda se expande en el agua.
Bajo esta línea propongo un llamado a la introspección o, como lo dice Álvaro Restrepo, hago «una invitación a crear en la ausencia» para configurar la cuarentena por el Covid-19 como un ma en nuestras vidas, en nuestro camino profesional y en nuestro desarrollo creativo. Hacer del aislamiento social un paréntesis para la construcción de nuevas complicidades con nuestros personajes que se expandan al espectador; para conciliar con la idea de gestar un lenguaje propio; para reflexionar acerca del tipo de historias que queremos contar y el cine que estamos dispuestos a hacer; para entregarnos a la escucha activa que nos ofrece estar en casa expectantes del paisaje que se vislumbra afuera. Un vacío en la vida cotidiana que llevábamos para transitar hacia un futuro que desconocemos y que, quizás, no se parezca a lo conocido hasta ahora. Sí. Tal vez nuestra labor como documentalistas sea posibilitar que nuestros espectadores transiten de un estado mental a otro, tal como sucede en la ceremonia japonesa del té.
BIBLIOGRAFÍA
lugar, M. o. (06 de 06 de 2014). Acordes arquitectónicos. Obtenido de https://ift.tt/3kKSoQc
Alabanza del aburrimiento, u. d. (22 de 04 de 2020). Obtenido de https://ift.tt/2TCD0JE
Kapuściński, R. (2002). Los cinicos no sirven para este oficio. Barcelona, España: Editorial Anagrama.
Restrepo, Á. (18 de 04 de 2020). El cuerpo y la danza en la época del coronavirus. El Tiempo , pág. 1.
vacío, L. t. (s.f.). Engawa Blog. Recuperado el 18 de 04 de 2020, de https://ift.tt/3ed32fV
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vacío, L. t. (s.f.). Engawa Blog. Recuperado el 18 de 04 de 2020, de https://ift.tt/3ed32fV
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