Damaris Del Carmen Hurtado Pérez: Festival Ibérico 2019: 1ª sesión oficial

Festival Ibérico

1ª Sesión oficial de Cinema Cortometrajes.

La melancolía en el cine es sin duda un lugar enigmático, muchos autores y escritores importantes han hablado largo y tendido sobre ella. La paradoja feliz de la sala de cine, el patio de butacas, perfecto lugar de recreo previo a la proyección de una película es también el espacio triste en el que antes y después residen numerosas butacas vacías. El tiempo no se detiene como muchas veces queremos poetizar los que humildemente indagamos en el cinematógrafo; el tiempo pasa, y muy deprisa en las salas de cine. El cine es un lugar en ruinas previo a la muchedumbre, cada vez más escasa debido a unos tiempos en el que el hábito de acudir a salasparece agotarse, y a posteriori es un lugar desolado, en donde la ausencia se hace más notoria y palpable. De ahí que todos y cada uno de los comienzos sean celebrados, por lo que aguarda en cada rincón de la memoria, una memoria que, escrita en cada espectador, con sus problemas, dichas y desdichas, va mutando y adoptando una u otra forma. La pantalla permanece atenta disponiendo un lienzo en todos nosotros, aportando una salida o quizás un camino de no retorno, ante el viaje todopoderoso que se avecina. El cine tiene una dimensión triste, se ha hablado incluso de hasta fúnebre. Es lugar de reposo y descanso que activa, no sabemos muy bien cómo, mecanismos en nuestra mente. Esta apertura de la vigésimo quinta edición del festival cinema de cortometrajes tiene un sabor agridulce, por las despedidas significativas, la de unos y la de otros, seguramente hallaran caminos distintos una vez caiga la noche sobre el patio de butacas de la terraza del López de Ayala. La gente tomará sus asientos, irán llenando lentamente cada una de sus butacas, la pantalla o pared blanca ira tornándose luminosa, y nos cegará, con mayor o menor fortuna, activando nuestras melancolías.

Curioso y revelador que el primero de los cortometrajes a concurso de esta sesión inaugural hable del sentimiento de ausencia, de pérdida o de anhelo ante emociones rotas y deseadas. Mujer sin hijo (Eva Sainz, 2019), trata la soledad con una serie de filtros delicados que la acercan a la comedia ligera, pero estamos ante un drama pertinente acerca de la sociedad del vacío y la desesperación de muchas personas por cumplir unos sueños enterrados por la maldad del tiempo. Tere (Susana Alcántara), acoge en su casa a un joven estudiante (Marcelo Carvajal), la presencia del joven en el hogar estimula el deseo de la mujer, moviéndose entre la ternura de la madre y la pasión de un posible amor juvenil. Saiz filma la cotidianidad de la mujer con arreglos cercanos a la mirada de la cineasta Chantal Akerman, en un enfoque experimental, feminista, humilde y sincero, en el que no prejuzga ni cuestiona el deseo de Tere. Tampoco queda en saco roto el retrato hábil de la juventud actual y del culto al selfie, de la obsesión por capturarlo todo. Por eso no es de extrañar que Mujer sin hijo adopte un tono multigeneracional, siendo testimonio a dos bandas de maneras de conocer la vida totalmente opuestas. Hermosa manera de juntarlas en la imagen final con el móvil, retratándose, aunque solo sea fugaz e intermitente en una imagen conjunta, definición perfecta de dos melancolías, la del pasado y la de nuestro presente.

La octava dimensión (Kike Maíllo, 2019), es un encargo de la cadena Audi para presentar en sociedad su nuevo modelo de coche Q8. Maíllo ofrece su habilidad para moverse en los códigos genéricos del thriller, como pudimos comprobar en la irregular pero interesante Toro (2016), entretejiendo una divertida disertación acerca de los mecanismos del creador. Najwa Nimri es una famosa escritora de novelas de misterio que imparte una clase magistral a unos alumnos universitarios. La figura de la escritora sirve a Maíllo de guía jugando con las perspectivas retoricas de la ficción, forjando una historia de amplio contenido meta, en la cual la posición del espectador/oyente tiene un papel predominante. Llama la atención las notas de la banda sonora, que transitan espacios parecidos a los de la célebre música de Jerry Goldsmith en Instinto básico, subrayando más si cabe su idea sensual y provocativa de un demiurgo externo que nos controla y maneja a su antojo. El cortometraje adolece de una puesta en escena notable, y de un brillante montaje aunque no abandona su carácter mercantil, y su evidente sumisión a la marca de coches a la que representa.

Por tua Testemunha, de Joao Pupo Correia.


En el terreno arriba mencionado acerca de los pensamientos fúnebres del audiovisual, son varias las cintas que versan sobre las heridas traumáticas de la vejez, del peso de los recuerdos y de la mortífera densidad del tiempo. Hawaii (Jordi Capdevilla, 2019), es un excelente retrato del hombre medio y de la desolación y decrepitud de una vida agotada, una vida arrebatada, que Pedro (Albert Pérez), su protagonista, se empeña en no abandonar del todo. Capdevilla abre con un maravilloso plano de retroceso. La imagen de Pedro con el coche en marcha en el interior del garaje nos induce a un suicidio. Automáticamente esa imagen retrocede algunos días en la vida, rutinaria, mecánica del hombre, enseñándonos un retablo de decadencia. La vida anterior de Pedro como taxista es un oasis en su particular desierto, por eso, el coche, ultimo símbolo o estertor del mundo exterior, articula el verdadero sentido del cortometraje; la recreación del pasado. El mimo con el que limpia el taxi, y la ruptura momentánea de la realidad nos plantea una obra de cierto realismo mágico, al visualizar un mundo imaginario. Aires de fantasía genialmente arrojadas en el uso de luces y sonidos, y esa proyección de libertad. Hawaii es una pieza delicada que interpela al espectador a sentir el derrumbe de una persona. Una realidad que se esfuma ante nuestros ojos pero que nos hace dudar de las alternativas potentes, y mágicas de la imaginación. La imagen congelada del final, no solo es una de las mejores de esta edición, sino una apasionada ilusión alrededor de las notas de la memoria. Un cine escapista, trágico, con toques surreales, que esconde una honda denuncia sin obviar el lado romántico de los recuerdos.

El género de terror y suspense tiene un especial protagonismo en esta edición del festival, en la primera sesión de cortometrajes tanto Limbo (Daniel Viqueira, 2018), como Antxoni (Rubén Sainz, 2018), explotan diferentes vías expresivas del horror. En Limbo colidan elementos y trazas de terror psicológico, de pesadilla kafkiana, el problema reside en una puesta en escena algo estereotipada, y una inclinación obsesiva por los planos de impacto, y una narración en espiral agotadora, con referencias y resonancias a El resplandor de Kubrick. Por otra parte, Antxoni busca excavar en el terror gore en una historia de humor negro y denuncia social sabiamente integrada. El realizador logra acercarse al tono de las mejores crónicas negras de las Españas escritas por ilustres de la talla de García Berlanga, Rafael Azcona, o José Luis García Sánchez, con detalles de encuadre dignos del Polanski de El quimérico inquilino: esos planos cenitales de las escaleras del piso donde vive la madre de Mikel. La locura del guión contagia al espectador, en un juego metacinematográfico en el que la sangre salpica literalmente la pantalla. El uso de la canción ¡Ay, Carmela! es otro punto a favor del cortometraje.

El audiovisual portugués sigue asumiendo constantes retos en una cosecha realmente notable que ha crecido los últimos años con propuestas de altísimo nivel. Por tua Testemunha (Joao Pupo Correia, 2017), se alza como una de las mejores obras de esta edición, capaz de construir un discurso de primer nivel aderezado con un exquisito diseño estilístico. En una escena de La muerte tenía un precio (Sergio Leone, 1965), vemos a Indio (Gian Maria Volonté) junto a su banda en el interior de una iglesia abandonada. Señalar el momento en el que este sube a lo que sería el púlpito de la iglesia y les habla a sus secuaces en un tono de parábola en el que cita la casualidad que le llevó a conocer la persona que le dio las claves para atracar el banco del pueblo. En primer lugar, esta cita sirve para marcar el destino, inesperado, casual e incierto de un mundo sin reglas, y en segundo lugar nos sitúa en un mundo en donde malos y buenos se confunden dándose la mano. En el cortometraje de Pupo Correia los códigos del western funcionan como reivindicación de una identidad rural, alejada de los cánones del mundo civilizado. Las casualidades hacen que los caminos de dos hombres, aparentemente amigos, se crucen en un destino fatal. La dualidad naturaleza salvaje y hombres, padres e hijos, malos y buenos, instan al desarrollo de una historia basada en uno de los cuentos del escritor portugués Manuel Fonseca (también autor de la novela en la que se basa Raiva, película inaugural del festival). El espíritu mitológico, y de parábola pueblan las imágenes de una obra personal y sofisticada.


David Tejero Nogales
© Revista EAM / Festival Ibérico de Badajoz


Limbo, de Daniel Viqueira.



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