Damaris Del Carmen Hurtado Pérez: Serenity
Os cuento el problema que tengo. Serenity — que es el título original de la película y es como me gustaría llamarla a partir de ahora porque me parece un poco menos genérico y mucho más pertinente — esconde un giro. Y su impacto es brutal. Es uno que no solo afecta a la historia que nos cuenta hasta ese momento la película: afecta a la película entera, a su desarrollo, a su puesta en escena y a su personaje principal. Sucede que este giro, que teóricamente reúne todas las características que se le atribuyen por definición, de unos años a esta parte, a ese extraordinario resto de derecha que tiene M. Night Shyamalan, ocurre aproximadamente con 45 minutos de película por delante. Y espero que entendáis mi problema. No puedo contaros mis impresiones particulares sobre Serenity sin hablar de lo que sucede en torno a la hora de película. Y es una película sobre la que tengo ganas de hablar. Se lo merece.
Pero puedo dar un rodeo con la esperanza de que os quedéis razonablemente satisfechos antes de seguir más allá del correspondiente aviso. Mi postura en general: cuanto más me agarro a lo que sucede a partir del giro, la pelicula me sube bastantes enteros por el tono profundamente emotivo que adquiere, pero desde que la vi, hace 24 horas, sigo pensando en que el conjunto no termina de cuajar y el resultado final no pasa de “curiosidad por la que no perder el sueño”. Con todo dicho y hecho, Serenity es género noir — e incluso cuando pega el volantazo, sigue quedando un poso de género noir — que cuenta con ciertas buenas defensas frente a un torrente de clichés: su escenario, sus actores y la confianza que exhibe su director y guionista. Steven Knight, en que soslayemos notables inconsistencias, falta de profundidad y un cambio de dirección de los que te hacen mirar la entrada para asegurarte de que estás viendo la misma película en beneficio de un objetivo muy noble, como es la emoción genuina.
Clichés que comienzan por su premisa: Karen Zakarias (Anne Hathaway) es una mujer asustada que pide a su ex pareja, Baker Dill (Matthew McConaughey), un alcohólico capitán de un pesquero turista, que le dé un empujoncito por la borda así como quien no quiere la cosa a su actual marido, Frank (Jason Clarke), un abusador en particular y un cretino en general. Como thriller, se desarrolla a traves de una cadena de tópicos, comenzando por el hecho de que el Frank en cuestión es la clase de personaje que reúne todas las condiciones para acabar en el fondo del mar desde el minuto uno. Y sin menoscabo del compromiso que le echan Hathaway y Clarke, me juego mi colección de DVD a que en algún momento vais a pensar que esta película ya la habéis visto.
Tantos clichés, que en frío casi me da por pensar que Knight necesitaba sacarse de la manga lo que sucede a continuación para distinguir la película del telefilm de las cuatro y media. Para mejor, porque en su segunda parte, Serenity adquiere un tono melancólico, reflexivo, misterioso y emocionante, en buena parte gracias a su actor principal — McConaughey, a la magnífica velocidad de crucero si me permitís la expresión de sus últimas películas — a partir de una apuesta enormemente arriesgada que caracteriza a la película… sin importarle el daño que hace al resto de la narrativa. Dependiendo de cómo os siente este canje, creo que la película os causará una impresión más o menos grata.
Esa es mi impresión general. Por mi parte, se acabaron los circunloquios. Llega el aviso de marras. Vamos con unos SPOILERS que revientan la película en general… sin relataros su resolución.
Karen Zakarias es una mujer asustada que pide a su ex pareja, Baker Dill, un alcohólico capitán de un pesquero turista, que le dé un empujoncito por la borda así como quien no quiere la cosa a su actual marido, Frank, un abusador en particular y un cretino en general; un plan que en principio tiene toda la pinta de acabar o muy muy bien o muy muy mal, pero siempre dentro de ciertas convenciones, hasta que Baker descubre que es un personaje en una simulación artificial en la que representa al fallecido padre del jugador, un adolescente que ha manipulado el videojuego para convertirlo en una vía de escape de la situación que tiene en su propio hogar, en el mundo real, donde su actual padrastro abusa de su madre.
Baker Dill no, y repito porque esto es importante, NO es una traducción virtual exacta del chaval. No es un avatar. Es la percepción — la parte más bonita de la película — de lo que su padre fue. Pero los recuerdos de Baker en general son difusos y sus actos están condicionados por cierto grado de manipulación en un juego cuyas reglas han sido alteradas por su hijo. Exhibe consciencia propia y dudas sobre el alcance concreto de su naturaleza, y de su libre albedrío. Y siguiendo esa lógica, cabría preguntarse si en algún momento se plantea no solo si está siendo manipulado hacia un resultado cantado sino, más grave, el impacto que podrían tener sus acciones en el hijo que le está jugando.
Tales preguntas no sucede nunca, lo que es un poco sintomático de la forma apresurada, superficial y un poco random con la que Knight aborda la película a partir de ese momento. Es evidente que le encanta el tema y tiene interés en rascar sus resortes tanto sentimentales como filosóficos, como reflejan las conversaciones que Baker comienza a mantener con un personaje (Jeremy Strong) hasta ese momento insustancial que se revela como el enlace entre los fabricantes del juego, una mezcla entre confidente y Señor Tutorial. Sin embargo, las conversaciones se me quedan muy cortitas porque forman parte de unos buenos veinte minutos en los que nuestro protagonista se limita a poner a prueba las nuevas condiciones en las que vive, en lugar de explotarlas. Aprendizaje no increíblemente revolucionario, que se diga. Tal personaje entra en un bucle cuando se le hacen preguntas incómodas (¡Hola, Existenz!); la isla es una masa de tierra en un mapa con un mar interminable a su alrededor (¡Hola, 1408!), etcétera. Eso sin olvidar que hay un noir que contar. Que hay que recontextualizar. Que hay que resolver. Todo ello en 40 minutos sin contar el epílogo. Muy tarde. Para mí.
Pero para no dejaros con un mal sabor de boca, incluso en estos momentos Knight exhibe el saber hacer que le viene de la experiencia como uno de los guionistas más trabajadores de los últimos 15 años en el panorama internacional, que aquí como director flirtea con cierta manipulación de la puesta en escena para facilitar su labor. Durante su primera hora, lo que parece una narración bastante severa, propia del género, se ve interrumpida por momentos poéticos y un poco irreales que sirven como anticipación de lo que vendrá después. Ya libre de cualquier atadura, estos momentos se multiplican, y confieren un extraordinario carácter a la isla, una preciosidad de por sí que, al convertirse en una expresión del estado de ánimo de nuestro héroe y de la voluntad de escapar de un niño, adquiere tintes misteriosos y romanticistas.
Pero sobre todo, es que en el fondo de esta cuestión hay una relación entre un padre y un hijo — un poco rara porque realmente no pueden comunicarse entre ellos hasta que la película decide que sí y no preguntes, porque a esas alturas ya no importa mucho — y un interés en dar cierta vuelta al manido tropo de los juegos, DE LOS NINCHENDOS, como catalizadores de violencia. Ayuda que McConaughey va completamente a saco con esta decisión y no tiene reparos en actuar como nuestro guía durante este complejo derrotero al tiempo que proporciona un poso maduro y triste, de padre afectado, de pescador atrapado en un mundo simbólico donde el símbolo que definió su vida (un pez que nunca ha podido pescar… ¡Hola, señor Hemingway!) ha cambiado, donde todo lo que es, es ahora un recuerdo, y donde sus anhelos pertenecen ahora a la persona que más ha querido nunca. En manos de otro había sido un tristón, pero este actor sabe desde hace mucho tiempo como usar su carisma y su chulopollismo como contrapeso. Está en un momento sensacional.
Símbolos, reglas, objetivos y una tecnología que nunca terminan de encajar y que arrastran consigo al resto de personajes del film.McConaughey es el único que se da cuenta de su condición al margen de Joe el Explicador de Cosas. El resto acaban convertidos en simples factores a favor o en contra del plan, como Personajes No Jugables (esos, los que sobreviven a la “transición”, como los de Hathaway o Hounsou, porque Diane Lane desaparece de la película) y cuyo destino está en manos de un guionista, director, diseñador que confía en que sea tu corazón, y no tu cabeza, la que resuelva el puzzle. En honor a la verdad, era una empresa difícilísima, una que quizás habría sido más digerible si Knight hubiera convertido el giro en un misterio a examinar desde el primer minuto, como hizo la extraordinaria Dark City. Uno en el que todos hubiéramos adquirido conciencia inmediata de la realidad de la película; uno en el que su director y sus personajes y nosotros habríamos tenido su buena hora y tres cuartos para vivir en él.
Mi corazón tenía voluntad, pero sinceramente debo deciros que no estaba para eso, a esas alturas. ¿El de otro tipo de espectador, más amable, más empático? Quizás. Es muy posible.
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