Damaris Del Carmen Hurtado Pérez: Destroyer

Karyn Kusama vuelve con su quinto largometraje después de lograr el punto álgido de su carrera con la brutal La invitación. En aquel título utilizaba el terror sobre sectas para contar una historia sobre cómo superar el dolor y culpa de una pérdida, la de un hijo, y sobre la distancia y extrañeza que se genera entre dos personas tras una ruptura, cuando la nueva vida del otro te descubre aspectos desconocidos o diferentes a los vividos en común. Esa herida abierta por la muerte de un hijo era la causa mayor de la ruptura, el distanciamiento y la búsqueda desesperada de una paz imposible en brazos de un culto tan seductor como oscuro.

En Destroyer Kusama cambia de registro y se pasa al thriller policiaco, pero no cambia los temas de fondo, la culpa y la maternidad, también presentes en su aportación a la antología XX. De nuevo nos sitúa ante una persona rota, Erin Bell, una policía alcohólica y cuya relación con su hija es casi inexistente, un desastre. Como en La invitación, el retorno al pasado abre una posibilidad, aunque sea mínima y desesperada, de salvación. Una posibilidad que Erin agarrará con todas sus fuerzas para ajustar cuentas consigo misma.

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Kusama apuesta acertadamente por volcar todos los esfuerzos en el personaje protagonista y se apoya para ello en una Nicole Kidman que hace un excelente trabajo pero que, en un esfuerzo por huir de su imagen delicada y subrayar el destrozo que se ha autoinflingido durante 16 años la protagonista, carga en exceso las tintas en el arquetipo del antihéroe del género y también en una transformación física y unos achaques que a veces cobran demasiado protagonismo. Con todo, la solidez y convicción de actriz y directora en sus respectivos campos acaba por triunfar sobre la carcasa estética y lo recargado del personaje.

El ajuste de cuentas con el pasado tiene un nombre, Silas, el líder de la banda de ladrones en la que Erin y otro policía, el interpretado por Sebastian Stan, se infiltraron en un caso. El abordaje de Silas es casi opuesto al de la protagonista en cuanto a la información que ofrece la película pero similar en el subrayado de la especie de mal absoluto que representa. Un personaje enigmático y silencioso, muy trabajado desde las miradas y con puntuales arrebatos de sadismo psicológico para marcar territorio entre los suyos.

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Digamos que el guión que Kusama tiene entre manos, salvo por el hecho de que la protagonista sea femenina, se abandona de lleno a la idea más sórdida del cine thriller policiaco. Algo similar a lo que ocurre cuando David Ayer carga en exceso las tintas en sus secos retratos sobre crimen y corrupción. Kusama, por lo menos, sustituye los aspectos más morbosos de la puesta en escena en favor de una atmósfera asfixiante pero de algún modo onírica y especial, lo que le da a la película una cierta personalidad y ayuda a aterrizar en el lado más íntimo de la protagonista.

Destroyer está unos cuantos pasos por debajo de La invitación, que son palabras mayores. Llegar a este título esperando algo a ese nivel puede llevar a una sonora decepción. Pero, pese a las pegas que se le puedan poner, incluyendo un final redentor que casi convierte a su protagonista en una mártir, supone una más que decente novedad en la filmografía de su directora, sin abandonar sus temas recurrentes, y de una Nicole Kidman que, capas de caracterización al margen, vuelve a dejarse la piel en su personaje.



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