Damaris Del Carmen Hurtado Pérez: Crítica: Desenterrando Sad Hill

La tumba del tiempo

Crítica ✷✷✷✷ de «Desenterrando Sad Hill», de Guillermo de Oliveira.

España, 2018. Título original: «Desenterrando Sad Hill». Director: Guillermo de Oliveira. Guion: Guillermo de Oliveira. Productores: Cédric Biscay, Luisa Cowell, Alejandro Fernández Larrañaga, Richard Jensen, Csaba Meszaros, Guillermo de Oliveira. Productoras: Zapruder Pictures, Ad Hoc Studios. Fotografía: Guillermo de Oliveira (as Lenny Gomez). Música: Zeltia Montes. Montaje: Guillermo de Oliveira, Javier Duch. Dirección artística: Iñaki Villuendas.

Buena parte del cine de Sergio Leone construye sus deseos sobre una idea propiamente vinculada con la muerte. El concepto de muerte adopta formas inusuales en su obra suscitando anhelos bajo los cuales resuenan paisajes que constituyen dolorosas huellas en la memoria del cine. El escritor y biógrafo Christopher Frayling ha sido una de las plumas más representativas a la hora de abordar el alcance e interés suscitado por el gran cineasta italiano, siendo fundamental Algo que ver con la muerte, un libro en donde repasa la vida y trayectoria del autor centrándose más que nada en sus célebres Spaghettis Westerns. En el fondo, incluso en los momentos menos inspirados de la filmografía de Leone, se nos será expresado con total claridad una evidente dimensión mortecina de las imágenes, o al menos de lo que retorna de ellas. Me refiero a ese tránsito en el que sus personajes parecen flotar entre la vida y la muerte; o mejor dicho entre los vivos y los muertos. Para dar una idea de esta extraña obsesión, recordemos cómo se enuncian y despliegan los recuerdos en Érase una vez en América, quizás no solo su obra maestra sino la obra definitiva acerca de las cenizas de su memoria. Las imágenes que forman los recuerdos de Noodles pasan por ser visualizadas en un sueño inducido, es decir pasan por ser muerte desde el principio llevándonos a experimentar como ninguna otra película la mismísima idea del cine como muerte narrada, o de la narrativa lúgubre y tenebrosa de una cámara que recoge nuestra posición de espectador y nos adentra en el interior de una tumba. También sucede con Hasta que llegó su hora, en el que proyecta un paisaje moribundo. Una bellísima elegía dedicada al cadáver del western norteamericano, a una forma de vida destinada a fenecer mientras el progreso inevitable entierra las costumbres del lejano Oeste. Incluso sin esfuerzos dialecticos sería posible acceder a sus imágenes como espacios tumba, lápidas de un cine que nos duele. En la Trilogía del dólar, se nos conduce por medio de una estética hacia el descubrimiento de un nuevo género. Podríamos pensar que supuso un nacimiento, pero erraríamos en la esencia de unas imágenes fantasmales que estaban igualmente tomando del cine, y del western, una apariencia final, de muerte. Un ocaso que el tiempo ha reinventado otorgándole la poeticidad del resurgir, del renacer, del mito. Esta suerte de inventario de las imágenes de Leone ayuda a ser conscientes del interés que despierta un filme como Desenterrando Sad Hill (Guillermo de Oliveira, 2018). Es la exigencia que atiende al carácter puramente emocional de la película. El documental recrea el titánico esfuerzo de los miembros de la asociación cultural Sad Hill para recuperar y desenterrar literalmente el cementerio en el que se rodó la mítica secuencia del duelo final en El bueno, el feo y el malo. Un trabajo de reconstrucción, de urdir en el pasado sacando a relucir lo que el tiempo quedó enterrado.

Cuando uno extraña un lugar, lo que realmente extraña es la época que corresponde a ese lugar, que no se extrañan los sitios, sino los tiempos


Recurro a Marcel Proust citando una frase que bien tiene que ver con la hermosa cosmología de Sad Hill, porque lo esencial, lo que nos transmiten los testimonios y recuerdos del rodaje de El bueno, el feo y el malo está más cerca del tiempo perdido que del invocar un renacer o una exaltación del lugar. El cementerio circular diseñado en la provincia de Burgos expresamente para la película devuelve al terreno de la ficción una paradigmática voluntad de plasmar tiempos lejanos. Conviene no perder de vista esa cita proustiana atónitos en el tratamiento de nuestra mirada infantil hacia los recuerdos del pasado. El director Guillermo de Oliveira deja siempre espacio suficiente como para que los héroes de esta historia sean los miembros de Sad Hill, o la gente que peregrina hacia un lugar que es, repito, tiempo antes que sitio. Las voces de personas que participaron en el rodaje: soldados, vecinos y los numerosos fans de la película que acudieron a la llamada en redes que les animaba ayudar en las tareas de reconstrucción, ilustran algunos de los emotivos instantes mediante los que Leone reflexionó a través de su universo y que de Oliveira encuadra con la finalidad del manifiesto sincero, que se nos propone absorbido por una escala mitológica totalmente desacomplejada. Es significativo subrayar la conciencia de un documental que elude ciertos mecanismos de puesta en escena para afanarse en un montaje de efectos y tonos sentimentales, que nos recuerden una y otra vez lo que significó el cine. La austeridad cede paso al primer plano de los implicados, alternándolo con algunas escenas de archivo, durante el proceso de rodaje y una proximidad orgánica y minimalista al auténtico valor del western, dándole al paisaje ese disparador emocional que nos adentra en la naturaleza desértica, aislada, atemporal, del género. Pero, sin duda, la referencia emocional mejor cuidada en el filme es la utilización de la música. El esfuerzo de otorgarle un sonido específico que vagamente evoque a las músicas de los spaghettis pero sin manipular o invadir las músicas ya preexistentes de Ennio Morricone, hace que la banda sonora sirva de conducto narrativo y describa el sentido final de la película. Una partitura original compuesta por Zeltia Montes que bien podría considerarse, aparte de acierto, la implacable visión de la huella y memoria de Sad Hill. Una música fascinante que traslada el romanticismo de lo que las imágenes albergan con la complicadísima tarea de esquivar las famosas y determinantes músicas de Morricone. Parece, y es un recurso sonoro repetido que se le acercan, que la abocan, circulan en derredor de ellas, pero no se agotan ni se sumergen en el mero homenaje, son, aun tratándose de instrumentaciones parecidas, fragmentos privados del documental, el cual se opone a resolver el constructo sonoro con el simple recurso de la música enlatada. Así las cosas sorprende que los únicos momentos en donde se busque colocar los temas originales de El bueno, el feo y el malo sean o bien diegéticamente, la banda del pueblo tocando los temas de la película mientras se reproduce la escena del duelo dentro del círculo del cementerio, o la coda final de L´Estasi dell´Oro en el concierto de Metalica, tema habitualmente usado por la banda antes de cada actuación, una liturgia más dentro de la religiosidad con la que los admiradores llevan la pasión que sienten por la película.

DESENTERRANDO SAD HILL | CONUNPACK

«Al margen de los temblores que brotan de los mundos de Leone, tenemos en Desenterrando Sad Hill una oportunidad de redención, de prolongar la pasión de un cineasta temible en su angustia romántica. Una tierra que es excavada rigurosamente por brazos anónimos en la que vemos aparecer las diversas capas de un monumento oculto que debe verse a ojos de los demás».


Si antes hemos hecho referencia a lo que supone la muerte en la obra de Sergio Leone, es necesario descubrir cómo varias fórmulas retoricas de su cine influyen en la apasionada mirada del espectador que devora sus imágenes. La noción o diseño de una muerte de ficción se plasma en Desenterrando Sad Hill como reconocimiento de falsificar y propagar una fantasía. Miles de tumbas con nombres de vivos borrando los límites que establece lo real de lo imaginario. En mi caso siempre recuerdo la historia que me contaba un amigo sobre un conocido suyo que mandó una vez crear una lápida con su nombre. Lo curioso de la anécdota es que al mudarse de piso dejó olvidada la tumba detrás de un armario. Transcurridos algunos meses en una noche de borrachera al pasar por la puerta de su antigua casa se acordó de su lapida así que llamó al portero. Amablemente la chica que habitaba por entonces el piso le dejó subir. El chico al entrar fue directamente a ver detrás del armario, sacó su lápida, ante la alucinada cara de la muchacha al ver a este salir de allí gritando ¡esta es mi lápida!, ¡lleva mi nombre escrito en ella! En principio supone una historia tonta y divertida pero en los matices representa un pensamiento indudable de lo que la muerte supone para nosotros. Es igual que la ficción o el cine, son imágenes que pretender recrear una idea absoluta de muerte pero que fantasean con una vocación crepuscular y reflexiva de lo cinematográfico. En el cine de Leone la muerte baila junto a un profundo sentido de la contemporaneidad, armoniosa, se une al abismo de una historia decadente, de seres fantasmales, figuras espectrales si queremos de un escenario sin lugar, tiempo o nombre.

La muerte no es más que la vida y mirada triste del cineasta. Los paneles intercambiables de la maravillosa escena de la estación de trenes en la eterna Érase una vez en América, resuenan fuerte al reflejar un Noodles que, en un solo fundido de cámara, y una canción, el Yesterday de los Beatles, rompen las fronteras del espacio y tiempo. Doblegándose a ello viéndose joven y viejo en un solo plano da respuesta al discurso de Leone: el audiovisual consiste en una tumba en el que condensar el espíritu mismo de la muerte que imaginábamos. Al margen de los temblores que brotan de los mundos de Leone, tenemos en Desenterrando Sad Hill una oportunidad de redención, de prolongar la pasión de un cineasta temible en su angustia romántica. Una tierra que es excavada rigurosamente por brazos anónimos en la que vemos aparecer las diversas capas de un monumento oculto que debe verse a ojos de los demás. Un paraíso perdido en el que irse del tiempo o irse con él, una historia de anudar el pasado con el presente. De entre todos los entrevistados me quedaría con las palabras de Joe Dante: «es la necesidad de sentirnos parte de algo eterno, todos lo llevan consigo, es parte de nuestra cultura, y es mundial». La razón fundamental por la que seguimos preservando los recuerdos del cine. En Leone la violencia se confunde con la poesía, la poesía se confunde con la violencia, quiero terminar con lo que para mí supone una de las escenas más emocionantes de El bueno, el feo y el malo, esa en la que los soldados del regimiento tocan diferentes instrumentos mientras el personaje de Lee Van Cleef tortura al de Eli Wallach. Cuanto más fuerte pega, más fuerte tocamos. Una música que silencia el dolor de una guerra y de la violencia descarnada que habita en el ánimo de los personajes. Colgaron carteles por el pueblo demandando gente que supieran tocar cualquier instrumento expresamente para esa escena. Al final solo nos queda la música para silenciar la muerte, una muerte que también tiene que ver con la totalidad del mundo. Desenterrando Sad Hill es el mejor de los instrumentos. | ✷✷✷✷ |


David Tejero Nogales
© Revista EAM / Badajoz




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