Damaris Del Carmen Hurtado Pérez: El apóstol

Es curiosa la trayectoria de Gareth Evans, director galés que, tras rodar su primer largo en Reino Unido, se marchó a Indonesia para realizar cine de artes marciales en su vertiente más salvaje. Tras tres largos allí (Merantau y las dos exitosas entregas de The Raid) regresa a Reino Unido con la peli que nos ocupa, El apóstol. Un título en el que, sin abandonar su personal y sangrienta concepción de la violencia cinematográfica, cambia de género y de época, construyendo un relato de terror con tintes sobrenaturales ambientado en una pequeña isla británica de principios del siglo XX.

Evans no es que se caracterice por la mesura en la duración de sus películas y ésta no es una excepción. Durante sus 130 minutos nos sumerge en una pequeña población, habitada por una secta, en la que nuestro protagonista se adentra de incógnito para rescatar a su hermana, por la que solicitan el pago de un rescate. Un relato aparentemente sencillo en el que Evans nos cuenta la redención de su protagonista, un tipo desahuciado, a través de lo que parece una misión suicida. Una premisa interesante que sin embargo se desinfla en su desarrollo.

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El Thomas Richardson que interpreta Dan Stevens es quien marca el punto de vista del grueso del relato y es su falta de profundidad la que condiciona que su mirada sea tan insustancial. No es que haya que componer un personaje hipercomplejo, pero si nos presentan a un tipo desgraciado, atormentado y adicto a los opiáceos uno espera que eso tenga una razón de ser. Mucha mandanga para algo que tendrá una nula relevancia una vez se duche, se afeite y pise la isla. El que podía haber sido el clavo al que agarrarse, el vínculo con su hermana, no parece más fuerte del que pueda tener yo con un paraguas. Si la hubiesen sustituido por un personaje desconocido hubiese dado exactamente igual. Cualquiera de los tres líderes de la secta está mucho mejor definido que el protagonista, y eso ya da pistas del problema: Hay mucho más en juego para el pueblo que para él. Y si no nos importa demasiado lo que le pase al protagonista lo más normal es acabar desconectando en cuanto la peli se adormece, algo que sucede casi desde el primer momento.

Evans opta por ir desentrañando el funcionamiento de esa comunidad aislada, devota de una diosa pagana, durante la misión, pero otorga una duración excesiva a algo que en realidad utiliza más como una preparación contenida para la traca de violencia final, especialidad de la casa. Por momentos amaga algo más, especialmente en el flashback que habla de la creación de la secta y las tensiones en su jerarquía, pero acaba pasando de puntillas por algunas de las ideas más interesantes que plantea la película mientras vemos mucha escena de gente llevando tablas, moviendo cosas y construyendo movidas.

Eso es especialmente patente en el elemento sobrenatural que sobrevuela la película y que toma relevancia según avanza la historia. Que la secta tenga un arraigo en algo palpable apenas resulta significativo y no precisamente porque la película evite ser explícita en ello. Es más, la turbia relación que Evans construye entre el pueblo y su diosa, que es de las propuestas más interesantes del relato, queda como una mera curiosidad que se desinfla en el desenlace.

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Al final, pese a la buena ambientación, algunas ideas interesantes de funcionamiento de la comunidad y al tipo de deidad que construye Evans (que no olvidemos que, como siempre, controla todo los roles clave desde el guión hasta el montaje), se respira un constante desapego con todo lo que sucede.

No es algo muy diferente a lo que ocurría en The Raid 1 y 2, dos títulos que, pese a las diferencias de género, guardan unas cuantas analogías con esta historia: en todos los casos se introduce al protagonista en un entorno hostil del que sólo puede salir arriesgando la propia vida. En aquellas, no es que Iko Uwais diera vida a un tipo con el que implicarse particularmente, pero la apuesta calara por la acción hardcore y las set pieces interminables hacían que uno se lo pasara en grande y no tuviese mucho tiempo para fijarse en las flaquezas de una historia con menos pretensiones. Un comodín del que Evans prescinde casi toda la película sin tener otros puntos de apoyo.

Si a eso añadimos esta suerte de calma chicha permanente del cine de terror independiente de los últimos años, de la que esta película no escapa, por muchas buenas ideas que floten en el aire, lo más probable es que el aburrimiento le gane el pulso al miedo y al interés.



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