Damaris Del Carmen Hurtado Pérez: Crítica: Pirañas, los niños de la camorra

La semilla del odio

Crítica ★★★☆☆ de «Pirañas, los niños de la camorra» de Claudio Giovannesi.

Italia, 2019. Título original: Piranhas, la paranza dei bambini. Director: Claudio Giovannesi. Guionista: Roberto Saviano, Claudio Giovannesi, Maurizio Braucci. Productor: Carlo Degli Esposti, Nicola Serra. Música: Andrea Moscianese. Fotografía: Daniele Ciprì. Montaje: Giuseppe Trepiccione. Compañías productoras: Palomar, Vision Distribution. Intérpretes: Francesco di Napoli, Viviana Aprea, Ar Tem, Pasquale Marotta. Presentación en el festival de Berlín de 2019. Duración: 110 minutos.

Un enorme árbol de navidad ocupa el centro de la imagen al inicio de la nueva película de Claudio Giovannesi, director solvente pero no tocado por la genialidad. Al árbol se acercan dos jóvenes encapuchados cuyas intenciones se adivinan pero que tienen que cambiar inmediatamente trepando por sus ramas cuando aparecen los del “quartieri Spagnoli”. La situación delicada desaparece cuando aparecen los refuerzos del “quartieri Sanitá” provistos de bates de béisbol y con mayor edad que el resto. El objetivo cinematográfico se consigue perfectamente con estas breves escenas: Nápoles es una ciudad cuyos barrios son territorios enfrentados en los que cada grupo mantiene su primacía acosando a los extraños y pugna por crecer a costa de los otros. Los primeros chicos a los que vemos peleando aparentan 11 o 12 años, los que acuden al rescate 15-16. Son las nuevas generaciones de la leva mafiosa; los que envidian las ropas de marca, los relojes de oro, los chándales llamativos, las mujeres siliconadas de los adultos. Para escalar en la jerarquía hay que ir haciendo méritos, pero de vez en cuando algún alumno surge precoz y pretende saltar las etapas para controlar cuanto antes su barrio. Es lo que le ocurre a Nicola y su guardia pretoriana, que se creen adultos e implacables y piensan que ha llegado la hora de enriquecerse en cuanto una debilidad surge en la megaestructura.

No cuesta advertir los vasos comunicantes con Gomorra de Matteo Garrone, entre otras cosas porque el autor de la obra literaria y colaborador en el guion es el mismo, Roberto Saviano, que parecería realizar un “spin off” a partir de aquella pareja de adolescentes que enloquecían en calzoncillos disparando sus ametralladoras en el mar. Aquellos Ciro y Marco son el Nicola y su grupo en esta Piranhas, título cuya resonancia remite directamente a la pérdida de control de una especie animal cuando presiente una presa y da el primer mordisco. De la primera escena y su continuación, a la última, hay un proceso acelerado de brutalidad y violencia que transforma a niños amorosamente cercanos a sus madres en auténticos canallas con los días contados y a los que lo mejor que puede pasarles es ser detenidos en cualquiera de las redadas que, periódicamente, contribuyen a un empujón del escalafón mafioso. El árbol de navidad de esa primera escena es usado como trofeo de la batalla, o de su amago, y como pira funeraria de un rito iniciático que refuerza la identidad del grupo de barrio. Pintándose el rostro y el cuerpo como indios americanos señalan al líder y estimulan la conciencia de la fortaleza de ser más y más decididos que los de otros clanes unidos solamente por la calle en la que se vive. Al final de la película la reunión será a plena luz del día, como una carga del séptimo de caballería, o quizás como los jinetes a los que cantaba Tennyson; Giovannesi y Saviano nos dejarán con la duda de si será la primera, y última, cabalgada o el inicio de un mandato feroz y sanguinario, pero eso es indiferente, lo relevante es cómo el sistema desiste de intervenir y cómo ese sistema paralelo fomenta la continua renovación de sus soldados.

Piranhas, la paranza dei bambini, Claudio Giovannesi.
Sección oficial de la Berlinale.


«Giovannesi mantiene ese pulso por el verismo en todo momento con intérpretes que se antojan sin visos de profesionalidad, el ambiente de Nápoles y sus barrios de la Camorra se respira en cada escena. Sin embargo la película no tiene más vuelo que el del engranaje y su vestidura».


Giovannesi utiliza un estilo semidocumental, casi de videoaficionado para tenernos dentro del grupo de manera permanente. Su prisa por llegar cuanto antes se traslada a unas imágenes en las que la velocidad es lo primordial. No hay tiempo para reflexionar ni para cuestionarse moralmente los acontecimientos. A Nicola le molesta que el nuevo capo del barrio haya decidido volver a cobrar “impuestos” a los comerciantes a cambio de seguridad frente a lo que hacían los anteriores, algo que le afecta directamente y le empobrece aún más. Acercarse a la familia caída en desgracia puede provocarle problemas, entrar en la dominante retrasará su ascenso porque tendrá que pasar por todas las etapas una por una. Cuando empieza a prosperar como pequeño traficante de hachís para el nuevo amo de Spagnoli, un golpe de fortuna en forma con redada de toda la jefatura mafiosa del barrio le permite llevar a cabo su plan de adueñarse del mismo utilizando los medios que ha visto desde que ha nacido; la amenaza y la violencia como antesala de la ejecución si el mensaje no es entendido. Puede ser éste el punto más flojo de la película en cuanto a estructura de guion, creerse, o no, que un grupo de adolescentes que aún no se afeitan puede ser capaz de alcanzar el control de un barrio sin apenas oposición. Cierto es que han buscado el amparo de otro capo anciano, pero la inestabilidad que enseña la película invita a presumir que, desaparecida la primera línea de la organización, la lucha por el poder puede surgir en la segunda, y no que los últimos en llegar escalen tan rápido cuando ni tan siquiera saben utilizar sus armas, si se obvia este no tan intrascendente detalle la cinta funciona como metáfora de un sistema caníbal en el que no se puede uno fiar ni de sus propios hijos putativos.

Giovannesi mantiene ese pulso por el verismo en todo momento con intérpretes que se antojan sin visos de profesionalidad, el ambiente de Nápoles y sus barrios de la Camorra se respira en cada escena. Sin embargo la película no tiene más vuelo que el del engranaje y su vestidura, el tema que trata todo lo permite pero no impide anunciar todo lo que va a venir después por su previsibilidad. Tiene la virtud de concluir en tierra de nadie, pero los lugares comunes son demasiados como para que nos sorprenda nada salvo la edad de los protagonistas. El nuevo cine italiano mantiene su mirada sobre un fenómeno tan enquistado y tan asumido que parece mentira que hablemos de una de las ocho economías más grandes del planeta con tal nivel de criminalidad tolerada por las calles y de impunidad. La película goza entonces de los mismos defectos y aciertos que Suburra de Stefano Sollima, Il sindaco del rione Santone de Mario Martone o Calabria de Francesco Munzi, territorios muy transitados, y cómodos de ver, porque no exigen mucha colaboración del espectador para atender a cuestiones sociológicas o psicológicas que están muy ausentes en beneficio de la violencia y el espectáculo de la progresión o caída del jefe de turno, en las que parece que es posible vivir sin salpicarse con ese universo paralelo, como si quien cayera en los territorios de la Camorra es porque está obcecado con ello. Películas, y esta Pirañas es una de ellas, que se encuentran a años luz de Il traditore de Bellocchio, Selfie de Agostino Ferrante o La mafia non e piú quella di una volta de Franco Maresco, verdaderos referentes del último cine italiano alrededor de la temática local-criminal y en las que tan importante es mostrar lo que sucede como quienes son sus amparadores, su base sociológica y sus difíciles, por no decir imposibles, soluciones | ★★★☆☆


Miguel Martín Maestro |
© Revista EAM / Valladolid





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