Damaris Del Carmen Hurtado Pérez: Crítica | La vieja guardia
En defensa de la verosimilitud
Crítica ★★☆☆☆ de «La vieja guardia», de Gina Prince-Bythewood.
Estados Unidos, 2020. Título original: The Old Guard. Directora: Gina Prince-Bythewood. Guion: Greg Rucka (Novela gráfica: Greg Rucka, Leandro Fernandez). Productoras: Netflix, Denver and Delilah Productions, Skydance Productions, Dune Films. Fotografía: Barry Ackroyd. Música: Volker Bertelmann, Dustin O'Halloran. Montaje: Terilyn A. Shropshire. Distribuidora: Netflix. Reparto: Charlize Theron, Chiwetel Ejiofor, KiKi Layne, Chico Kenzari, Matthias Schoenaerts, Luca Marinelli, Harry Melling, Veronica Ngo, Anamaria Marinca, Joey Ansah, Adam Collins, Jill Buchanan, Peter Brooke, Tuncay Gunes, Oliver Simms, Steve Healey, Natacha Karam, Russell Balogh, Adam Basil, Obie Matthew. Duración: 125 minutos.
He aquí el animal que no existe.
Ellos no lo conocían, pero teniendo en cuenta todo
—su caminar, su porte, su cuello
y hasta la luz de su mirada silenciosa— […] lo amaron.
Ellos no lo conocían, pero teniendo en cuenta todo
—su caminar, su porte, su cuello
y hasta la luz de su mirada silenciosa— […] lo amaron.
Sonetos a Morfeo. Segunda parte. Soneto IV. Fragmento. Rainer Maria Rilke.
Antes de acometer el verso de Rilke, pongamos la atención sobre lo que dice uno de los personajes de La vieja guardia (The Old Guard, Gina Prince-Bythewood, 2020). Nicky (Luca Marinelli) cuenta a su jefa Andy (Charlize Theron) que «todo pasa por alguna razón». Bien, veamos qué razón es esa porque buscando una lógica narrativa, descifrando su verosimilitud, podemos comprender mejor las razones de sus intérpretes pero también la del relato. Empecemos por ahí, por la historia. Tanto la película como su base adaptativa, el cómic del mismo título de Greg Rucka que también está detrás del guion, trata sobre un grupo de inmortales deambulando por el mundo, ejerciendo aquello que mejor saben hacer, matar. En segundo lugar habría que saber qué es eso de “inmortales”. Nuestro “grupo salvaje” bien podría ser una brigada de policías o de espías, profesionales en la sombra realizando trabajos sucios, por tanto será el adjetivo el depositario del significado temporal. Inmortal es una palabra eterna que posibilita el trasfondo histórico entonces, ¿cómo podemos otorgar credibilidad a la inmortalidad?
El soneto de Rilke nos da algunas pistas. Lo descubrí en el discurso Verosimilitud y verdad (2004), de Álvaro Pombo, para su ingreso en la Real Academia Española. En él, habla de los dos polos opuestos a los que se tiene que enfrentar un escritor. Por un lado, la “fantasía” y por otro la “realidad”, por un lado la manera de enfrentarse a los hechos y, por el otro, los hechos en sí mismos. El texto aborda los diferentes parámetros subjetivos y objetivos del proceso de escritura, citando una auténtica “vieja guardia” de inmortales literatos (desde el propio Rilke, Foucault o Cervantes). La descripción del autor austríaco sobre el Unicornio nos hace posicionarnos desde la trinchera de lo verosímil. Rilke no nombra al animal mitológico («He aquí el animal que no existe») hasta la última estrofa y vemos, en el fragmento de arriba, como lo va reconstruyendo con certezas («su caminar, su porte, su cuello…»). Su modo creativo no descansará, irónicamente, en uno racional contrastando los hechos, sino más bien en uno imaginado, ya que se desconoce al animal solamente a través de la imaginación podremos llegar a diseñar el imago, su imagen. La verosimilitud es la llave de la credibilidad, solamente a través de ella puede fluir la historia, configurar a sus personajes como compañeros de un trayecto que nos puede llevar hasta el infinito y más allá. Lo maravilloso de la fantasía por ejemplo es su carencia de reglas, todo es posible pero al mismo tiempo, todo tiene que ser creíble. Cuando Nile (Kiki Layne) demande respuestas, Andy le dirá que no sabe por qué son inmortales pero que llegará un momento en que dejarán de serlo y morirán. Eso es una opción tan nihilista, tan destructora narrativamente, que en su omisión explicativa se erige un muro de recelo convirtiendo a la duda en aliada del espectador. Ver una película, entre otras muchas cosas, es un salto de fe. Sigues unos hechos creyéndolos y confiando en sus habitantes, ya habrá tiempo de regresar a la realidad cuando la luz se encienda.
▼ The Old Guard, Gina Prince-Bythewood.
Superficialidad dimensional.
Superficialidad dimensional.
«En La vieja guardia la verosimilitud está en peligro por esa irresponsabilidad impía de crear lápidas entre la ficción y la realidad, entre la historia/los personajes y el espectador. Si el tema tratado, ser dioses o morir en el intento, ya es difícil de digerir, utilizando a los personajes como portavoces y no como vasos comunicantes en el proceso creativo, no se les puede demandar otra cosa que no sea la suspicacia».
En La vieja guardia la verosimilitud está en peligro por esa irresponsabilidad impía de crear lápidas entre la ficción y la realidad, entre la historia/los personajes y el espectador. Si el tema tratado, ser dioses o morir en el intento, ya es difícil de digerir, utilizando a los personajes como portavoces (varias veces los vemos mirando pantallas, siendo testigos de la injusticia humana o ufanándose de su sexualidad) y no como vasos comunicantes en el proceso creativo, no se les puede demandar otra cosa que no sea la suspicacia. En Los inmortales (Highlander, Russell Mulcahy, 1986) también se trata el mismo tema. El protagonista, Connor MacLeod (Christopher Lambert), también busca respuestas en su mentor Ramírez (Sean Connery), que le contestará: «¿Por qué sale el sol por la mañana? ¿Por qué brillan las estrellas en la gran cortina de la noche? ¿Quién sabe? Lo único que sé es que hemos nacido diferentes a los demás». En ambos casos las preguntas son las mismas, saber qué está pasado, pero vemos que sus respuestas varían. Frente a la desidia de las de La vieja guardia, subyacen las poéticas de Los inmortales. Y aunque el filme dirigido por Mulcahy no es especialmente brillante en su conjunto, demostrando cierta precariedad funcional y abusando de tics estilísticos, que avasallan más que acompañan la historia de MacLeod, qué duda cabe que también guarda otros elementos que hacen creíble su rocambolesca historia. Algunos seguirán la senda estética del oído, como los referentes a la banda de sonido de la película. El ruido que hacen las espadas al chocar sus filos, por ejemplo, es exagerado pero efectivo expresivamente, ayudando a sumergirnos en el epicentro de la acción, llegando incluso a desestimar todos los errores aledaños que pudieran existir en secuencias como la de los personajes practicando esgrima en las Highlands, siendo perfectamente reconocibles los dobles antes que los propios actores. Otros elementos serían los pertenecientes al verbo, consecuentes con la declamación de los personajes, lo que dicen y cómo lo dicen fabulando alianzas con la credibilidad. El manual que dicta Ramírez a MacLeod mientras le está enseñando el arte de la espada no es solamente referido a la esgrima, le está mostrando cómo buscar su propio equilibrio, a vivir y a convivir con su don/maldición y aquí sobresale algo importante, el contexto. El «si tu cabeza se separa del cuello se acabó» o el «debemos luchar hasta que sólo quede uno» sin olvidarnos del «sólo estás seguro en suelo sagrado. Ninguno de nosotros violará esa ley. Es tradición». Aislados de la trama, expulsados de la película, pueden llegar a ser risibles pero aprisionados en su interior, adquieren una sentencia de verosimilitud. Al final de lo que se trata es de poblar el momento “construido” como algo viable, algo que parezca posible aunque no lo sea.
Esto también conlleva un peligro, jugar con el estereotipo. El modelo cuyo arco narrativo es inexistente. Desde que aparece hasta que desaparece no refleja una evolución pero tampoco una involución. El estereotipo no pasará por lo que pasa el personaje de Andy en La vieja guardia, llegando a mentir al actante y traicionar al espectador. Aquí reside mi veredicto: que sea capaz de timar a ambos. Cuando Andy le dice a Nile que: «Creo que apareciste cuando perdí mi inmortalidad para que viera cómo era y lo recordase […]. Me recordaste que hay personas por las que vale la pena luchar». Es incierto, existe otra secuencia anterior donde Andy se encuentra con otro personaje. Es una joven también y no se trata de un personaje protagonista sino anecdótico. Es sin duda lo mejor de la película, el momento de anagnórisis de la heroína. La joven ayudará a Andy a curarse y cuando ésta se asombre de que no haya preguntado por sus heridas, la joven la responderá que: «Son sus asuntos. Necesita ayuda. ¿Qué más da por qué? Hoy yo le curo la herida, mañana usted ayudará a alguien. No debemos estar solos». No es el personaje de Nile quien ha hecho recordar a Andy su papel en la vida, su posición en el relato, sino la joven de la tienda. Incluso como está rodada cada secuencia también nos revela sus claves. La primera apoyada en una banda sonora melodiosa, potenciando el momento triste, intercambiándose con planos medios, construyendo el suspense próximo a una ventana que da al vacío. La segunda es un auténtico duelo de miradas representadas en primeros planos, secas, desprovistas de música extradiegética. Las de Andy, cansada y derrotada, frente a las de la joven, albergando esperanza. Ese momento sí que es creíble pero es el único. Lo verosímil de La vieja guardia se esconde en ese instante, en un parpadeo de ojos | ★★☆☆☆
© Revista EAM / Madrid
View Source
Comentarios
Publicar un comentario