Damaris Del Carmen Hurtado Pérez: Crítica | La familia Samuni

La semilla del odio

Crítica ★★★☆☆ de «La familia Samuni» de Stefano Savona.

Francia, Italia, 2018. Título original: «La strada dei Samouni». Dirección: Stefano Savona. Guión: Stefano Savona, Léa Mysius, Penelope Bortoluzzi. Fotografía: Stefano Savona. Montaje: Luc Forveille. Música: Giulia Tagliavia. Sonido: Stefano Savona. Animación: Simone Massi. Producción: Penelope Bortoluzzi, Marco Alessi, Cécile Lestrade. Compañías Productoras: Pico lms, Alter Ego Production, Dugong Films. 128 minutos. Presentación en la Quincena de los Realizadores de Cannes 2018.

Un documental unidireccional se desequilibra cuando intenta ser denuncia y sólo ofrece un punto de vista. Savona en La familia Samuni es consciente de ello y por ello no quiere hablar de causas, orígenes, terrorismo de estado ni terrorismo religioso; sólo que veamos cómo es la vida de una extensísima familia que habita un barrio a las afueras de Gaza City y cómo, de la noche a la mañana, todo salta por los aires y se desmorona. Para evitar ese desequilibrio ante versiones ausentes, el punto de vista se traslada a un grupo reducido de personas, las más jóvenes, las más frágiles, las que no tienen respuestas. Entre finales de diciembre de 2008 y mediados de enero de 2009 Israel lanzó la operación «plomo fundido», un eufemismo para matar impunemente siguiendo estrategias tan antiguas como la historia de la humanidad; política de tierra quemada, destruir, derribar, destrozar, talar y matar por cada israelí muerto un multiplicador más elevado de palestinos. Samuni es, o era, un barrio agrícola de Gaza, donde las tensiones entre Hamás, Al Fatah y la Autoridad palestina son más que evidentes (el recuerdo de aquellos hilarantes, y atinados, sketches de Monty Python se reviven en algún momento del documental sin humor alguno) y terminan afectando a la población alejada de la política y que quiere seguir viendo a Israel como un vecino convencible de su error. La familia Samuni (imposible terminar de situar a cada uno de los integrantes que vemos entre hermanos de distintas madres, sobrinos, primos, tíos) es tratada como si todos fueran terroristas un día cualquiera del mes de enero de 2009.

Savona realiza un ejercicio de estilo construyendo un gran flashback para contar qué pasó exactamente para que Amal terminara con esquirlas de metralla en su cráneo y en su cerebro. Ella nos enseña Samuni en una escena inicial plena de sentido cinematográfico: la todavía niña nos habla de cómo era su barrio, lo que había antes de ese día, lo que ocupaba el gran sicomoro bajo el que se refugiaban del calor o al que trepaban para coger la fruta, la casa de su madre y su padre, la de sus medio hermanos, las de sus tíos y abuelos. Dibuja un espacio en tres dimensiones del que no queda nada, haciendo un ejercicio de memoria sobre el que, poco a poco, los habitantes van reedificando lo que el ejército de Israel demolió y esparció. Motivo, razón, la película no los busca ni nos los enseña, entre otras razones porque los supervivientes de aquella matanza (28 fallecidos) tampoco las tienen. Sólo saben que eran agricultores, que habían trabajado en Israel hasta que se cerró la frontera para los trabajadores palestinos, que tenían amigos entre sus compañeros de trabajo al otro lado de la frontera y que pensaban que no tenían nada que temer si aparecía el ejército, pese a que muchos familiares y habitantes del barrio optaron por refugiarse en la ciudad cuando empezó la ofensiva, desequilibrada, abusiva, exterminadora. Pese a sentir la discriminación y la asfixia económica se sentían seguros, no es de extrañar entonces que, en esos primeros minutos de película Amal, al peinarse, se deje la diadema a la altura de los ojos y la utilice como venda para no ver el presente, para no recordar el pasado. Ella, abandonada como muerta durante tres días durante los que el ejército israelí no dejó entrar a la Cruz Roja para verificar los cadáveres y buscar supervivientes entre los escombros dejados en el barrio, y que ahora, como un testigo directo e incómodo, ha resucitado de entre los muertos.

La strada dei Samouni, Stefano Savona.
La estrena en España Numax.

«La denuncia de Savona no quiere extenderse más allá de las víctimas, de unas víctimas concretas y objetivas cuyo único delito fue estar en un sitio equivocado y pertenecer a un grupo racial y religioso en constante persecución; ése es el parámetro de la película, y en cuanto a ese objetivo, la empatía con los jóvenes en pantalla se consigue plenamente».


En ese flashback se usan imágenes familiares caseras para que podamos ver a los que ya no están, pero fundamentalmente se utiliza la animación para ir acercándonos al momento de la masacre. Una animación en blanco y negro, minimalista y opresiva, de contornos identificadores para las personas pero más difuminados para los fondos. Una animación que dibuja una angustia que se acerca, en los momentos del irracional comportamiento israelí, a la utilizada en Chris the swiss de Anja Kofmel y a la que, para recalcar esa idea del documental, se añade la recreación de una presunta grabación aérea de infrarrojos del ejército hebreo que provocó el bombardeo al confundir las maderas con las que la familia intentaba encender el horno para cocinar pan con lanzacohetes artesanales. Con el uso de estas imágenes recreadas por ordenador, Savona se acerca al ejercicio de Il n'y aura plus de nuit de Eleonore Weber o Dragonfly eyes de Xu Bing, películas en las que las cámaras, bien de helicópteros o aviones de combate, o de seguridad en cualquier lugar y tiempo, permiten construir un relato cinematográfico para el que no fueron concebidas. Aquí predomina el «fake», un pequeño fraude de estilo a la esencia del documental con la recreación de lo sucedido a partir del testimonio de las víctimas, la investigación de la Cruz Roja Internacional y la propia llevada a cabo por el ejército israelí y de la que el documental no proporciona información alguna; señalando al culpable, multiplicando la victimización de los injustamente ametrallados y bombardeados y lanzando dardos envenenados hacia las facciones armadas del pueblo palestino. La denuncia de Savona no quiere extenderse más allá de las víctimas, de unas víctimas concretas y objetivas cuyo único delito fue estar en un sitio equivocado y pertenecer a un grupo racial y religioso en constante persecución; ése es el parámetro de la película, y en cuanto a ese objetivo, la empatía con los jóvenes en pantalla se consigue plenamente, del mismo modo que se comparte ese sufrimiento y ese «no hay futuro» que atraviesa el relato de principio a fin.

La strada dei Samouni, Stefano Savona.
Presentada en la Quincena de Realizadores de Cannes.

«Savona intenta, y lo consigue, desmarcarse del cine documental combativo contra la política militarista israelí de Avi Mograbí o de Amos Gitai; en La familia Samuni no se necesita contraponer opiniones ni escuchar a los dos bandos para confeccionar el relato».


Crónica familiar, por lo tanto, que se une, desde ámbitos y objetivos muy diferentes pero próximos en cuanto a su estructura y elemento personal, a las recientes For Sama, Honeyland, La familia chechena o la estremecedora Of father and sons, cine documental donde se pueden insinuar grandes temas pero sin abandonar el reducido espacio del ámbito familiar que es lo esencial de la propuesta, ya sea en tiempos de guerra, de adoctrinamiento, de deslocalización o de reafirmación étnica. Savona intenta, y lo consigue, desmarcarse del cine documental combativo contra la política militarista israelí de Avi Mograbí o de Amos Gitai; en La familia Samuni no se necesita contraponer opiniones ni escuchar a los dos bandos para confeccionar el relato, aunque cuando llega el acontecimiento concreto sobre el que todo el proyecto se construye sí que se produce ese desequilibrio avanzado al inicio del artículo al tener que creerse a pies juntillas una versión, demoledora y estremecedora, avalada por más de veinte personas, pero desear escuchar lo que otros pudieran decir para sacar las propias conclusiones. Como Savona no busca ese juicio de equilibrios, ya que sitúa a su familia protagonista en el medio de un conflicto armado del que no ha sido nunca parte, sólo quiere que veamos las consecuencias, los olivos arrancados, las casas demolidas, las pertenencias de valor robadas, los familiares muertos. No hay que juzgar ni valorar versiones porque sólo hay un perdedor inocente, un grupo familiar que podría ampliarse a un país, pero sin que ello aparezca en pantalla, un grupo del que, además, va a surgir ese germen de odio vengativo que nutrirá de nuevos combatientes, o mártires, en su lengua, al ejército palestino clandestino. Ahí está el hijo varón pequeño que ha perdido a su padre empeñado en reunirse con sus familiares muertos después de luchar por la liberación. Eso es lo que ha conseguido el odio racista y criminal de una política equivocada, transformar un enclave tranquilo de gente trabajadora y pacífica en un nuevo nido de terroristas suicidas. Un éxito completo de la diplomacia occidental y que consigue los mismos efectos de denuncia sin abandonar a Amal y sus primos, el hilo conductor que diferencia La familia Samuni de 5 cámaras rotas de Emad Burnat, Freedom to kill the other's children de David Varela, Nacido en Gazade Hernán Zin, Between fences de Avi Mograbí o A letter to a friend in Gaza de Amos Gitai | ★★★☆☆


Miguel Martín Maestro |
© Revista EAM / Valladolid





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