Damaris Del Carmen Hurtado Pérez: Misión: Imposible – Fallout

A Misión: Imposible le costó aproximadamente tres entregas encontrar el tipo de película que quería ser. Algo a medio camino entre la concepción europea del cine de acción que desarrolló Brian De Palma en la primera parte y el derroche de estilizada violencia de John Woo en la segunda. Fue J.J. Abrams quien encontró ese camino a rebufo de Casino Royale y dándole a Ethan Hunt el inicio de un arco emocional que parece concluir en esta sexta entrega.

Pero hay otra seña de identidad que la saga ha ido desarrollando título a título y que se impone al criterio de cualquiera de sus directores: la idea de que Misión: Imposible no es sólo es a lo que Ethan Hunt se enfrenta en pantalla, sino el reto físico que su actor protagonista encara delante de la cámara. Un actor que ha construido su personaje en torno a la concepción más extrema del riesgo y con el aparente compromiso de superarse en cada entrega. Una locura a la que hay que añadir que Cruise lleva 22 años interpretando a Ethan Hunt.

Misión: Imposible – Fallout es, en ese sentido, la película que mejor ejemplifica esa idea. Ante la dificultad patente de superar los hitos de anteriores películas y siendo ésta el posible punto final del arco emocional del personaje, Fallout es un clímax en sí misma y una yincana que casi le cuesta el pellejo al actor (que se partió una pierna saltando por los tejados de París).

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Cruise se marca tres set pieces tremendas en las que, además de salvar el mundo una vez más, parece querer huir de la vejez desesperadamente con el que posiblemente sea el sprint más largo de su carrera.

Qué manera de correr. Yo cumplo años y me pudro con la misma velocidad que unas fresas baratas en el frigorífico. Tom Cruise corre a sus 56 años más que yo cuando tenía 17. Es el puto David el Gnomo pero a tamaño natural. Parece que en cada escena que se juega el pellejo está pensando “Jackie Chan, cómeme los huevos“. Quiero tomar de eso que le dan en la cienciología. Cada vez que soy consciente de esta realidad me iría a llorar mientras me zampo una bolsa gigante de Jumpers. Pero no lloro, sólo me como los Jumpers, porque me lo he pasado bien.

Cruise no está solo en esta hazaña. Christopher McQuarrie le acompaña por tercera vez en su carrera y por segunda en esta saga. Es el único director que ha repetido en la franquicia creando su particular díptico y afrontando está entrega desde detrás de la cámara con el mismo compromiso que su protagonista. McQuarrie sigue fiel a la idea de rodar de forma real todo aquello que sea posible, con el CGI mínimo indispensable. Una decisión acertadísima teniendo en cuenta que Cruise es el mejor efecto especial del que hoy pueda disponer un director de cine de acción.

McQuarrie mide muy bien los tiempos de una película que, en su primera mitad, prepara las fichas en el tablero y aprovecha bien a todos los secundarios, y en la segunda, se vuelca definitivamente en el espectáculo. Compone la acción volcado en sumergir al espectador todo lo posible en la piel del Hunt. Su modo de hacerlo consiste en ir pegado al actor y en alargar la duración de los planos siempre que es posible, algo que ya vimos en la persecución en coche de Jack Reacher y que funciona de lujo.

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Es cierto que en ese tramo final la película desperdicia ligeramente uno de los mejores villanos de la franquicia y el único que ha tenido continuidad en dos entregas, aquí relegado a un lugar más secundario. También los personajes femeninos, anclaje emocional del protagonista, son una mera excusa para potenciar los riesgos que asume Hunt. Y hablamos de una película hace especial hincapié en la humanidad del personaje como su principal flaqueza y su principal virtud, su fuente de remordimientos y también lo que le anima a seguir luchando. Pero a la hora de la verdad no hay mucho poso, son cosas que sirven para vestir el auténtico fondo de la película: ésta es, más que nunca, una peli de Tom Cruise haciendo el cabra. Una idea que todo el mundo tiene clarísima.

Fallout es un concurso de mates de los que hacen historia. Está hecha para dejarnos con la boca abierta y para reivindicar, en tiempos de superhéroes y espectáculos digitales, a la última gran estrella del cine de acción que nos queda.



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