Damaris Del Carmen Hurtado Pérez: Especial Seminci 2020 (IV): Siervos / The cloud in her room / Summer Is the Coldest Season / Eyimofe / Slalom / El triunfo / Periferia


SEMINCI 2020: Parte IV

Crónicas de la 65ª edición de la Semana Internacional de Cine de Valladolid.

Jornadas del 30 y 31 de octubre:
Siervos (Sección Oficial).
The Cloud in Her Room (Sección Oficial).
Summer Is the Coldest Season (Punto de Encuentro).
Este es mi deseo (Punto de Encuentro).
Slalom (Punto de Encuentro).
El triunfo (Clausura).
Periferia (DOC. España).

En cualquier festival europeo de qualité que se precie, no pueden faltar películas problemáticas en cuanto a su pretendida condición autoral. La autoría es, para algunos directores —y críticos— contemporáneos, la capacidad de invocar, en cada trabajo, cuatro o cinco rasgos identificativos. Siervos (Sluzobnici, Ivan Ostrochovský, 2020) es un claro ejemplo de filme donde la rúbrica del cineasta es un mero artificio. Esto no implica que, en sí mismo, lo nuevo del talentoso realizador eslovaco carezca de interés; es más, al margen de la pose artística, Siervos convence gracias a su notoria solidez formal. El uso de contrastes a través del blanco y negro, los encuadres milimétricos, el peso del silencio en el plano y el marcado estatismo de los cuerpos responden a la falsa sensación de quietud e introversión espiritual del entorno en que se ambienta. A finales de los 80, una pareja de amigos seminaristas debe decidir su posición frente a los sacerdotes que los tutelan, miembros de una secta católica que colabora con el Partido Comunista. Siervos es, ante todo, una ficción autorreflexiva que se cuestiona las consecuencias de las políticas de la resistencia —con resultados más estimulantes que There Is No Evil (Sheytan vojud nadarad, Mohammad Rasoulof, 2020)— cuando la derrota (colectiva) está asegurada.

Uno puede tolerar cierto grado de impostura si existen otras cualidades en el filme, pero ese no es el caso de The Cloud in Her Room (Ta fang jian li de yun, Zheng Lu Xinyuan, 2020), ópera prima que cierra la Sección Oficial tras alzarse con el premio a la Mejor película en Rotterdam. A falta de complejidad, The Cloud in Her Room parece conformarse con ser confusa. Tan caprichosa como Muzi, su protagonista, una joven de pulsiones itinerantes, la película quiere situarse en el resquicio exacto que hay entre su deseo y la frustración del mismo. Emergen ideas concretas que poseen un valor expresivo mayor que el conjunto. Y es que el grueso del metraje se antoja casi amateur, no solo por la ramplonería con que están realizadas y fotografiadas muchas de las escenas, sino también debido a ciertos experimentos con las cualidades de la imagen —el uso de negativos, por ejemplo— que se quedan en malabares de principiante. La falta de cierta elasticidad en el despliegue visual nos hace creer que Zhang, pese a ocurrencias puntuales —más ingeniosas que significativas—, no estaba tal vez preparada para afrontar un largo.

Por razones de prestigio cultural y, por supuesto, otras que son netamente industriales, la cinematografía china se las arregla muy bien para encajar en la programación de algunos certámenes europeos películas verdaderamente mediocres. Así sucede con El verano es la estación más fría (Shao Nv Jia He, Zhou Sun, 2020), el escalón más bajo de Punto de Encuentro y, nos atrevemos a decir, de la 65 Seminci. Zhou Sun había conseguido cierto crédito cuando El tren de Zhou Yu (Zhou Yu de huo che, 2002), filme interesante —aunque habló desde la memoria—, pasó por la Berlinale, pero no hay rastro aquí de aquellos méritos estilísticos. Relato acerca de una adolescente rebelde que traba una extraña amistad con el chico que asesinó accidentalmente a su madre, nos hallamos ante una narrativa tan literal en su guion como en la escritura de unas imágenes impotentes, cadavéricas. Coming of age con apólogo moral bajo el brazo, curiosamente solo funcionan sus golpes de humor. Quizás debamos quedarnos con que El verano es la estación más fría es otra prueba flagrante de lo mucho que se han inflamado los ejercicios de algunos cineastas por mera sumisión a tendencias cinéfilas.

Al contrario que los cines chino e iraní —cuatro y tres producciones respectivamente—, las películas procedentes del África negra han tenido una presencia esquinada estos días. De Nigeria nos llega la excelsa Este es mi deseo (Eyimofe, Arie y Chuko Esiri, 2020), que desafía los tropos, estereotipos y usos retóricos que el cine euroamericano ha ofrecido, con demasiada frecuencia, sobre el continente y sus habitantes. Dos vecinos de un mismo barrio intentan, cada cual a su manera, mudarse a Europa; los viajes se frustrarán por razones diferentes, viéndose forzados a rehacer sus planes de futuro. Si algo aprendíamos leyendo a Chinua Achebe es hasta qué punto el «carácter africano» —somos conscientes de lo alambicado que resulta este concepto— oscila entre la presión que ejercen las expectativas sociales y familiares, y una capacidad psicológica para la resignación que no es sino pura y dura adaptación al medio. Como podrá inferir de ello el lector, ni Mofe, ni Rosa, son tratados con paternalismo o compasión aburguesada por los hermanos Esiri. Estos días hemos podido ver el trabajo de directores que luchaban visiblemente, en cada plano, por desustanciar el dramatismo de situaciones trágicas. Este es mi deseo lo hace sin esfuerzo aparente, mientras sus personajes deambulan por un Lagos casi inédito en salas y pantallas europeas: ciudad en eterno movimiento, vivaz y colorida, y a la vez, patria del inmovilismo, de la muerte y la oscuridad. La gracilidad y pericia de los Esiri tras las cámaras deriva en la creación de un mundo fílmico fascinante, memorable.

Servants, Ivan Ostrochovský.
The Cloud in her room, Zheng Lu Xinyuan.
Shao Nv Jia He, Zhou Sun.
Eyimofe, Arie y Chuko Esiri.


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Anexo | Cobertura de la 65ª edición de la Seminci |



Tampoco sucumbe al victimismo Slalom (Charlène Favier, 2020) a pesar de tratarse, propiamente, de la historia de una inequívoca víctima. Ni necesita ridiculizar con detalles, en el fondo, triviales, al abusivo entrenador de un equipo de esquí, ni brindarle una pátina «cultural» al sufrimiento de la heroína, una esquiadora adolescente. El deporte sirve, en cualquier caso, como vía para hablar de la monitorización y control del cuerpo femenino por brutales estructuras de poder. A diferencia de otras producciones recientes que, guiadas por la sensibilidad #METOO, trituran a sus personajes para que pasen por el filtro de las agendas vigentes, Slalom cree en Suzy, en la verdad del dolor que se ve obligada a digerir en soledad. Como relato, el debut de Favier es desolador, y particularmente asfixiante en sus compases finales. Este drama tiene la valentía suficiente como para preguntarse por las condiciones psicológicas y sociales que permiten que se dé una relación abusiva, pero sin descuidar en ningún momento un retrato veraz de la pubertad, tiempo de deseo insaciable y tormentosas dudas. Aunque cumple su objetivo y no carece de inspiración, acaso una realización menos convencional y más acoplada al tema hubiese beneficiado a Slalom. En términos estrictamente audiovisuales, el magnetismo cinético de las carreras, pura expresión de fulgor juvenil, está por encima del resto.

En torno a las estructuras jerárquicas de poder también discurre, de manera muy distinta, El triunfo (Un triomphe, Emmanuel Courcol, 2020), comedia social francesa producida por Robert Guédiguian, aunque eso no la libre de automatismos ni de complicaciones ideológicas varias. Para empezar, como viene siendo frecuente en los filmes cortados por este patrón, El triunfo es pura ingeniería social: un actor en horas bajas decide intentar que un grupo de presidiarios interprete Esperando a Godot, lo que les brindará una inesperada oportunidad de sentirse de crecer interiormente. Puede alarmarnos la visión de la cultura y de su rol en la sociedad que nos ofrece Courcol, pero lo cierto es que El triunfo acaba derivando en autocrítica de todo un modelo de cine. Las intenciones ocultas del héroe y la respuesta siempre imprevisible de quienes son, en apariencia, sus pupilos, dinamitan en cierto modo lo inocuo del conjunto. Aunque la audiencia habituada a largometrajes similares sabrá perfectamente lo que va a encontrarse, empezando por el paternalismo con el que se refleja la realidad de los reclusos y terminando por la acostumbrada catarsis, ni su discurso —una oda a la tenacidad como antídoto a la autocompasión—, ni su clímax —con incómodos cabos sueltos— son tan complacientes como cabría esperar. No llega a ser cine comercial revulsivo, como lo fue la excelente Una razón brillante (Le brio, Yvan Attal, 2017), pero intenta, muy modestamente, seguir sus pasos.

Cerramos esta crónica con Periferia (Xavi Esteban y Odei Etxearte, 2020), el mejor de los documentales vistos en la sección DOC. España. La figura del arquitecto Xavier Valls y su labor en Santa Coloma de Gramanet es el punto de partida para reivindicar modos distintos de pensar y hacer el urbanismo. Los hijos de Valls descubren en un sótano materiales que albergaba a su padre, lo que va despertando, ante nosotros, la historia de la localidad y su evolución hasta nuestros tiempos. Una multitud de recursos interactúan orgánicamente en Periferia: secuencias rodadas por Esteban y Etxearte, found footage, conversaciones grabadas o viejos planos y escritos. La conjunción de dichos retazos termina por conformar una aproximación ágil y dinámica al municipio, en consonancia con lo que se respira en sus calles y barrios. Impecable esa perspectiva, a Periferia cabe achacarle un problema común a otros trabajos reivindicativos. Nos referimos a la mitificación de gestas y de los entornos resultantes de ellas. El cine político cobra una fuerza especial cuando deposita la mirada sobre retos y debates en marcha. Aunque hay apuntes enriquecedores relacionados con el pasado de la ciudad, la idealización de los logros —y de los fracasos— desdibuja el potencial reflexivo de una película ante la que, en muchos momentos, solo cabe asentir.


Ignacio Pablo Rico Guastavino |
© Revista EAM / Valladolid


Slalom, Charlène Favier.
Un triomphe, Emmanuel Courcol.
Periferia, Xavi Esteban y Odei Etxearte.





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